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Los técnicos no encontraron cultivos de alimentos al llegar a Yerutí. Encontraron soja, mucha de ella plantada en tierras sin títulos, es decir, públicas. Y que no había estancia en la zona que cumpla con las barreras de árboles exigidas entre la soja y el camino. Entre la soja y los arroyos. Entre la soja y las familias. No existían los cien metros de protección alrededor de cada casa, escuela o centro de salud donde no se pueden rociar plaguicidas. No existía nada de lo que se hizo ley luego de la muerte de Silvino Talavera, un niño de once años que fue rociado con agroquímicos en el 2003 al sur de Paraguay. Como Portillo, Silvino Talavera también murió en enero, el mes donde se fumiga la soja para la cosecha. 

 

Encontraron que el pozo de agua de la casa donde vivía la familia Portillo tenía endosulfán, aldrín y lindano, tres agroquímicos prohibidos en Paraguay y Brasil. El endosulfán está relacionado a problemas reproductivos y del sistema endócrino. La dosis de lindano registrada, un agroquímico relacionado a la aparición del linfoma no Hodgkin, era tres veces más que la máxima establecida para humanos según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Norma especula que en aquel enero del 2011, las haciendas sojeras estaban experimentando tal vez sin mucho conocimiento con agroquímicos. El lindano, por ejemplo, no se usa en la soja. Pero el endosulfán sí. Hasta el 2010 era de venta libre en Paraguay y el 80% se usaba para ese cultivo.

06: El negocio de las cesáreas programadas

El negocio de las cesáreas programadas

Noelia Barros aplazó todo lo que pudo el tiempo para tener a su bebé aunque su médico le insistía con programar una cesárea. En ese interín, consultó con otros médicos y se escapó tres veces de que la operaran antes de que su embarazo llegue a término. En la semana 39, el obstetra la asustó con un comentario: “Si no lo tenés conmigo, no me hago cargo de tu hijo”.

 

Paraguay y América Latina viven una “epidemia” de cesáreas: una de cada dos madres en el país recibió, al menos, una cesárea. Según los indicadores básicos de salud del Ministerio de Salud Pública del 2017, el Hospital Militar lidera el ranking con 95,4% de cesáreas. Lo siguen los sanatorios privados con 84,3%, la sanidad policial con 63,3% y el Instituto de Previsión Social con 59,2%. 

 

Las operaciones en los hospitales de Paraguay llegan a sextuplicar el 15% recomendado por la OMS. La cesárea es una de las intervenciones quirúrgicas más frecuentes, con tasas que siguen creciendo, en particular, en los países de ingresos medios y altos. 

 

De acuerdo al informe de la relatora de la ONU sobre la violencia obstétrica, “cuando se practica sin el consentimiento de la mujer, una cesárea puede constituir violencia por razón de género contra la mujer, e incluso tortura”. 

 

Las cesáreas se volvieron tendencia porque ofrecen comodidad, estética y otros factores de cambio cultural. Aunque puede salvar vidas, a menudo se realiza sin criterios médicos, poniendo en riesgo de la salud de las madres. Pero la decisión de ir a cesárea no siempre corre por cuenta de las familias.

 

Mientras que los partos espontáneos no conocen de feriados o fines de semana, las cesáreas programadas sí, y casi siempre se hacen de lunes a viernes. Junto con el incremento de este tipo de intervenciones en el país, cada vez nacen menos chicos los fines de semana, feriados y días festivos, como Navidad y Año Nuevo. Y si bien en el país no hay estadísticas que den cuenta de este fenómeno, profesionales de la salud consultados lo confirman, sobre todo en el sector privado, donde ocho de cada diez embarazadas tienen a sus bebés por cesáreas, y se programan cada vez más.

 

Cuando Noelia Barros llegó al Sanatorio AMSA, del servicio de salud prepaga Promed, le pusieron anestesia epidural, la acostaron en la camilla, la ataron de manos y cerca del mediodía le hicieron la cesárea. También le practicaron la maniobra de Kristeller para que el bebé baje.  

 

La operación duró unos 30 minutos, la dejaron ver a su hija y se la llevaron. Después, mientras cosían, los médicos se pusieron a hablar de un partido de fútbol. Noelia se seca los ojos mientras cuenta que siente que le falló a su hija por no defender su nacimiento. 

 

Hace décadas los profesionales cobran más por una cesárea que por un parto vaginal, lo que lleva a realizar más cesáreas por un simple cálculo económico. Al ser consultados por los costos, los sanatorios ofrecieron distintos montos. Un parto vaginal en La Costa, sin seguro médico y sin honorarios del profesional, vale Gs. 5.500.000, y una cesárea Gs. 7.900.000. En el sanatorio Migone, Gs. 7.261.393 y Gs. 8.023.003 respectivamente (también sin seguro y honorarios). Estas cifras se manejan en un país en el que el 73% de los ciudadanos no puede acceder a un seguro médico privado. Así lo indican las últimas cifras del Ministerio de Salud.

 

Si bien los honorarios entre partos vaginales y cesáreas no difieren mucho, sí varían en duración. Un parto normal lleva, en promedio, 12 horas (10 a 16 horas), incluyendo el tiempo del trabajo de parto. En cambio, la duración de la cesárea es de 45 a 120 minutos con control posoperatorio y sin necesidad de esperar el trabajo de parto.

 

Miguel Ruoti, presidente de la Sociedad Paraguaya de Ginecología y Obstetricia, dice que para las empresas de salud prepaga el costo entre un parto vaginal y una cesárea era casi igual hasta mayo pero que la Sociedad de Ginecología demandó este cambio: “Se les explicó a los asegurados de la prepaga el riesgo que tiene el obstetra desde el punto de vista del parto y el tiempo que invierto no se puede comparar a lo que es una cesárea”. 

 

La doctora Larrieur considera que no se contempla el tiempo invertido en el proceso de vigilancia del trabajo de parto, “que puede llevar hasta un día completo. Y, con eso, el lucro cesante de las demás actividades”. La especialista opina que, sin embargo, las cesáreas no son un negocio de los médicos sino de las prepagas que pagan menos por un parto que por una cesárea. Para Guillermo Ramalho, no todos los médicos en Paraguay buscan programar cesáreas por comodidad sino por desconocimiento.

 

Ruoti coincide con la senadora Martínez en que existe un negocio con las cesáreas: “¿Por qué no se animan a hacer las auditorías médicas los seguros? o un hospital equis, ¿por qué no me hace a mí una auditoría después de operar a esta paciente? Nadie me pregunta. Una cesárea innecesaria es una situación catastrófica para el cuerpo de una mujer que tal vez no necesitaba”, dice.