La desaparición de una persona desafía la física. ¿Puede un cuerpo desaparecer de la faz de la tierra sin más? ¿Cómo alguien está un momento y al siguiente, no está? El vacío que deja la persona desaparecida altera la idea que tenemos de espacio y tiempo. Reverbera en una silla vacía en la mesa familiar y en la cama que siempre amanece impecable. Son conversaciones donde los silencios se transforman en pensamientos sobre esa persona que falta. Son las arrugas más pronunciadas del rostro de una mamá en Nochebuena que solo piensa cómo morir más rápido porque no sabe si su hija tiene frío, hambre o si tiene abrigo.
Cada desaparición en Paraguay es como un abismo. En la dictadura estronista, más de 400 personas desaparecieron, y hasta hoy la mayoría no ha sido encontrada. Pero tenemos la certeza de que ese régimen fue responsable. Lo sabemos porque tuvimos una Comisión de Verdad y Justicia que documentó las denuncias y las evidencias del terrorismo de Estado de esos años. Lo sabemos también porque la Dirección de Memoria y Reparación Histórica, bajo la conducción de Rogelio Goiburú, hijo del desaparecido Agustín Goiburú, logró recuperar una treintena de cuerpos. Entre ellos identificó el del secretario general del Partido Comunista Miguel Ángel Soler, desaparecido en 1975 en Asunción, y el de la italiana Rafaela Filipazzi, que desapareció en Montevideo en 1977 en el marco del Plan Cóndor.
Pero en democracia, ¿por qué desaparecen las personas? Esta es una pregunta abierta y que la periodista Juliana Quintana, especializada en la cobertura de derechos humanos y género, explora en La vida en suspensión, un reportaje para el que buscó y analizó datos oficiales, habló con colegas de México y Uruguay sobre el fenómeno, y fue hasta Limpio y Tobatí a buscar fuentes. Allí se encontró con mujeres que tienen como medida de tiempo la cantidad de días, meses y años sin ver a sus familiares desaparecidos, personas que suman a la lista de 2181 personas sin paradero conocido desde 2021, un dato que también se revela en esta investigación. Juliana fue a documentar sus historias sin saber que para estas mujeres sería la primera vez que alguien las escuchara, un contraste con la indiferencia que señalan de la Fiscalía. Pero en medio del abismo, Juliana también registró destellos de esperanza de una nueva organización. Conoció a la impulsora de la asociación de Familias de Desaparecidos en Paraguay, Isabel Streski, y varios de los miembros de esta plataforma donde todas buscan a los hijos, hijas, nietos, sobrinas, hermanas de todas.
«¿Dónde están?» es una pregunta que no se resuelve en este reportaje, como tampoco podemos confirmar por qué desaparecen dos personas en promedio por día en Paraguay. Tenemos algunos indicios. El diputado Rodrigo Blanco sugiere que la penetración del crimen organizado podría explicar varias desapariciones. Pero los agentes distractores del poder no quieren que hablemos de esto, y así es que nos someten semanalmente a un bombardeo de desinformación, decadencia e impunidad. Les sirve que el tema de conversación sea el deplorable espectáculo de misoginia en radio de Nenecho Rodríguez contra su propia esposa, la senadora Lizarella Valiente, y no cómo el nombre de su patrón está asociado a un magnicidio.
Insistiremos en devolver el foco de la atención pública a los temas que el poder preferiría acallar. Vamos a continuar la cobertura sobre desapariciones hasta encontrar más certezas y para denunciar la hipocresía de gobiernos que se hacen llamar provida, pero que no buscan a las personas desaparecidas.