Juan González narra cómo maestros y maestras tuvieron que construir todo desde cero para seguir trabajando.
Mi nombre es Juan González, tengo 36 años y soy docente desde hace unos 16. A mi cargo tengo a 200 alumnes en colegios nacionales, 60 en colegios privados y 80 en la educación para adultos. Enseño lengua inglesa, pero también doy cátedras de Antropología, Ética y Educación Financiera.
Dedico la mayor parte de las mañanas a enseñar. Podría parecer que tengo algo de tiempo libre, pero a muchos se les dió por considerarnos permanentemente online en medio de la pandemia.
Recibimos tareas de madrugada, comunicados y resoluciones de supervisiones los domingos de noche. Algunos estudiantes creen que la mejor hora de pedir contenido y solucionar dudas es durante el fin de semana.
Todo el 2020 estuvimos a la deriva. El Ministerio de Educación anunció como solución una plataforma que no es más que un repositorio de contenidos, una biblioteca para los docentes, de la cual el alumno no consigue nada.
Los trabajos no se entregan a través de esa plataforma. Se entregan por WhatsApp, como fotos de cuadernos. Hemos visto nuestros teléfonos colapsar con tantos documentos devueltos.
La pandemia ha sido un salto tremendo. El analfabetismo digital tomó protagonismo. Tengo colegas que no sabían revisar un correo o silenciar sus micrófonos en reuniones cuando todo empezó.
A esto sumale las circulares contradictorias del MEC, pedidos extravagantes de reportes que exigían datos que no podemos conseguir ni verificar. Una vez nos pidieron que registremos si el alumno tenía TV, radio y si veía los programas del Ministerio.
Para los estudiantes ha sido una odisea diferente: la del no entendimiento, la de la exigencia excesiva, la de recibir 14 documentos semanales con sus respectivos apoyos pedagógicos, todos asignados con fecha de entrega que no podían cumplir.
Así se vino una debacle. Entre alumnos con ansiedad, depresión y otros problemas como el de la convivencia, vimos una tremenda oleada de abandono escolar, donde los mismos padres apoyaban el abandono y acusaban a los docentes de no trabajar.
La verdad es que yo siento que trabajé mucho más que otros años. La identidad de nuestro hogar prácticamente se ha perdido. La hogarización del trabajo significa que las horas laborales se han difuminado para muchos de nosotros.
Estamos trabajando el doble. La remamos con las manos.