Cuadrada, marrón y maloliente. La marihuana que la mayoría de los usuarios brasileños consume es así, bien diferente de la verdosa forma de flor con que es cosechada. Después de 15 días entre plantadores de marihuana en Paraguay, el reportaje de Agencia Pública* constató que esta transformación se debe a la manera inapropiada en que los cultivadores paraguayos secan, procesan, almacenan y prensan las flores.
Uno de los problemas es la presencia de hongos. “Cuando estás expuesto a estos hongos, fumando prensado enmohecido constantemente, aumenta la posibilidad de que éstos causen algún problema”, comenta João Menezes, médico doctorado en biofísica por la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y postdoctorado en neurociencias por el Massachusetts General Hospital y Harvard Medical School. “Otro aspecto negativo de la marihuana del narcotráfico es el desconocimiento del tenor de THC, generalmente alto, y de otros fitocanabinoides”, explica el integrante de la AbraCannabis, asociación que defiende el derecho al cultivo de la marihuana para fines de salud y autocuidado.
En general, los paraguayos son buenos agricultores, pero del momento de la cosecha hasta el prensado, cometen varios errores imperdonables desde el punto de vista de cualquier cultivador profesional. Y es que de la misma manera que existe una forma correcta de cosechar tomates, lechuga o cualquier otro producto agrícola, existe una forma correcta de cosechar y almacenar marihuana.
Marihuana del cultivo de “Gatito” secandose directamente sobre la tierra.
El cannabis tiene básicamente dos fases de cultivo: la de crecimiento vegetativo, que ocurre en los meses del año con más luz, en la primavera y el verano, y la floración, que ocurre cuando hay menos luz, en el otoño y el invierno. En este segundo periodo, la planta para de crecer y comienza a desarrollar flores. Mientras los machos de la planta producen bolsas de polen sin efecto psicoactivo, las hembras producen flores que son la hierba que se conoce como marihuana u otros nombres. En ellas están los tricomas, que forman la resina que carga los canabinoides, sustancias responsables por los efectos psicoactivos y medicinales de la hierba.
En general, los paraguayos son buenos agricultores, pero del momento de la cosecha hasta el prensado, cometen varios errores imperdonables desde el punto de vista de cualquier cultivador profesional.
Después de la floración, en la mayoría de los cultivos la marihuana es cogida y apilada en contacto directo con el suelo. Fue lo que vi en la plantación de un cultivador apodado “Gatito”**. Él decidió, contra toda indicación, cosechar la hierba en periodo de lluvias. Después de echar las plantas, los peones que trabajan para Gatito las apilaron directamente sobre la tierra y las cubrieron con una lona de plástico. Esta situación de por sí –o sea, el contacto con la humedad del suelo y el plástico impidiendo la circulación del aire– ya es una invitación para la fermentación y la proliferación de hongos. La lluvia tan solo aceleró el proceso.
Después de algunos días bajo el sol, los peones estiran la otra lona en el suelo, toman por la base del tallo a las plantas ya secas y las posicionan con la punta hacia abajo. Después, cierran el puño de las manos sobre los gajos y arrastran hacia las lonas en el suelo las flores y hojas. De allí, la hierba es llevada a la zaranda, instrumento agrícola utilizado para separar granos, que aquí es copiado de forma rudimentaria, con chapas de hierro perforadas. Las flores son manipuladas sobre esta zaranda y otros coladores de metal, soltando las hojas. Posteriormente, la marihuana va a una mesa donde se realiza el “despalitado”, que consiste en soltar manualmente las hojas de los gajos menores.
“Charasguayo”.
Las hojas del cannabis no se fuman, principalmente las grandes por donde la planta respira –aquella imagen que suele estamparse en remeras y quepis–. Pero las hojas menores, las que crecen junto con las flores, contienen mucha resina, que podría ser transformada en hachís y que en este cultivo, sin embargo, va a parar al suelo junto con las demás impurezas.
El único momento en que los peones aprovechan algún hachís es en el proceso de soltar las flores de los gajos con el puño. Sus manos van quedando negras y al final de la jornada las friccionan de modo a juntar esa resina en grandes bolas de hachís, a las que llaman “pretiño” o “charasguayo”, en alusión a los charas, un tipo de hachís hecho en India también con las manos. Los peones más experimentados logran producir diariamente entre 5 y 20 gramos de hachís con esta técnica. Al volver a la ciudad, acostumbran a venderlo por algo de dinero, o cambiarlo por servicios de prostitutas.
Después del despalitado, la marihuana va a sacos de 30 kilos, que son “burreados” –cargados– por personas de confianza del jefe desde la plantación hasta el “mocó”, una tiendita armada de lona negra en el medio del bosque. Allí se los esconde hasta el momento del prensado.
Flores de marihuana secándose en el cultivo.
En la prensa, la metamorfosis
La prensa generalmente es montada en algún lugar un poco más lejano a la plantación y a los campamentos. Esto porque existe un sentimiento de que la marihuana solo pasa a ser “droga” y tener algún valor después del prensado. La marihuana en forma de flor es abundante, se suele dar a los chanchos o es tirada en hogueras; se camina pisoteándola, existen marihuanas de varias calidades y estados de putrefacción por todos lados. Hasta que llega a la prensa; después del prensado nadie más la toca, todo pasa a ser muy bien contado.
Acompañé al cultivador Roque, responsable de la otra plantación, y sus hombres de confianza en el proceso de desmontar la prensa, transportando los equipos en los brazos y en motos hasta un claro recién abierto al otro lado del terreno. Tres prensas hidráulicas son montadas sobre una tienda de campaña erigida con lona y troncos, con capacidad de hasta 50 toneladas de presión cada una.
Marihuana descompuesta en la plantación de Gatito, aguardando para ir a prensa.
Después del montaje, llega el momento de la prensa: mientras traen los sacos de marihuana, un altoparlante es colgado del mismo tendedero del que secan los pedazos de charque, y del mismo suena alguna radio local donde canciones paraguayas tradicionales se alternan con reggaetón y cumbias.
Una línea de montaje es formada y botellas de Fortín –un aguardiente local– y cigarros de marihuana son el combustible de una noche para aquellos trabajadores.
Los sacos de marihuana son abiertos sobre una lona, y quedan a merced de avispas y otros insectos. Un error más. “Esos restos de animales acaban dentro del prensado paraguayo”, dice el médico João Menezes, al explicar que muchos usuarios en el Brasil prefieren lavar esta marihuana. “La ventaja de lavarla es que, al hacerlo, se retira residuos que vienen de la exposición al aire libre, secreciones animales, insectos, orina y heces de insectos, bacterias y hongos”, dice.
Los peones van llenando de marihuana una caja de metal, cinco kilos por vez. Nivelan la marihuana usando las botas sucias de barro, luego la cubren con un plástico sucio, unas placas de madera y, finalmente, la prensa hidráulica, que, operada con una palanca, funciona como un gato de automóviles pero invertido. En una única noche en la prensa, los trabajadores, ya borrachos con Fortín, me dieron un verdadero tour guiado por cada etapa del proceso.
Después de prensar la marihuana, retiran las maderas, pero no el plástico; colocan cinco kilos más y repiten el procedimiento hasta llenar la caja de metal. De allí retiran una cubeta enorme: 50 kilos de marihuana.
Usando una espátula y un martillo de goma, van soltando los bloques de cinco kilos separados por los plásticos. Estos son apilados, separados por finas tablas de madera y prensados nuevamente, en lo que llaman “reprensado”.
Bloques de cinco kilos de marihuana en el “reprensado”.
Luego de un tiempo, otro peón las retira de allí y utiliza una regla rudimentaria para hacer cuatro demarcaciones en el bloque, que después es llevado a una tercera presa montada sobre un cuchillo, que hace los cortes sobre las marcas.
Con rapidez, pero sin mucho cuidado, la marihuana es tirada al suelo y pisoteada; marihuana visiblemente enmohecida es mezclada con marihuana en buen estado. Las leyendas, no obstante, son falsas: los paraguayos no orinan sobre la marihuana, esto sería imposible, dada la cantidad de personas y de hierba. En realidad, el olor fuerte de amoniaco que caracteriza a la mayoría de los bloques prensados que llegan a Brasil resulta de la fermentación y descomposición, debido a los malos cuidados con la producción.
Los bloques de un kilo son embalados, primero en papel film y después con cintas adhesivas. Los kilos son entonces reembalados en paquetes de 24 kilos y llevados a una camioneta.
Este último embalaje es hecho exclusivamente por Adriano y Roque, los dos jefes. “¡Partiu Rio!”, dijo, en un portugués chabacano, uno de los paraguayos, dando una palmada sobre los paquetes. Durante las tres horas que pasé en el prensado, vi a Roque, Adriano y cuatro paraguayos más embalando 300 kilos de marihuana, ya cuadrada, marrón y maloliente. Si no hubiera presenciado el proceso jamás creería que un día esta hierba fue verde.
La marihuana es prensada dentro de una caja de metal, de a cinco kilos, y separada por plásticos hasta formar un cubo de 50 kilos.
El prensado ocurre por una cuestión de logística: disminuye mucho el volumen y permite a los traficantes transportar más kilos de forma más discreta. Pero la acción de prensar no es en sí la peor situación; esto se suma a una cosecha realizada en el momento incorrecto, un secado mal hecho, resina desperdiciada y total descaro al manipular el vegetal.
Para empeorar, algunas operaciones mantienen estoques de marihuana ya prensada enterrados por hasta un año, por cuestiones logísticas o de seguridad. En casi todos los casos, la marihuana enterrada termina absorbiendo humedad y fermentando.
Para el doctor Pedro da Costa Mello Neto, médico acunpunturista con posgrado en dolor, investigador en el campo de la neurociencia y prescriptor de cannabis legalmente desde hace más de tres años, “cuando se usa marihuana prensada se usa un producto que no tiene control de calidad, y esa pérdida de control de la calidad se da justamente a causa del prohibicionismo”.
“El tráfico no elige a quién vender, ni la forma en que lo hará. Y con ello va a tener personas usando una marihuana adulterada, con moho, amoniaco, pedazos de insectos y cualquier otra sustancia a la cual se exponga”, explica.
La mejor marihuana va para Florianópolis
Al lado de la plantación de Roque había otro cultivo, mucho más organizado.
A diferencia de las demás plantaciones predominantemente de sativa, en esta pude identificar cinco fenotipos de plantas, lo que significa que fueron utilizadas diferentes semillas.
Las variedades nativas de Paraguay son en su mayoría sativa, pero, según Adriano, hace algunos años un patrón volvió de un viaje turístico a Holanda con centenas de semillas, armó un cultivo premium y pasó a vender sus semillas para los demás cultivadores por un precio más alto que las tradicionales. El cultivador me explicó que, al contrario de un chisme que corre en las publicaciones especializadas, no existe semilla transgénica de marihuana, sino que son cepas “mejoradas”, estabilizadas, producidas y comercializadas legalmente en varios países de Europa. Cada una de estas tiene propiedades psicoactivas distintas, además de ventajas para el cultivo como crecimiento rápido y floración más corta.
No conseguí números precisos, pero cada saco de semillas comunes vale un millón de guaraníes (US$ 175), con cosecha después de cuatro meses de floración. Mientras que las semillas híbridas de sativa paraguaya con skunks holandeses, serían “mucho más caras” y traerían resultado después de un ciclo total de tres meses desde la siembra hasta la cosecha.
Conocí a Romero, el cultivador responsable por esta hacienda de semillas híbridas, éstas mucho más verdes y perfumadas que las otras. Romero tenía ojos pequeños, hablaba poco, pero sabía escuchar. Estaba claro que el tipo quería intercambiar conocimientos y perfeccionar su cultivo, algo raro por allí.
Además de trabajar con una genética perfeccionada, el cultivador le dedicaba un esfuerzo un tanto mayor a la cosecha; en vez de simplemente apilar las plantas, las colgaba en una especie de tendedero, lo que minimiza el problema de humedad y circulación de aire. Estos prensados de calidad superior son llamados “dos por uno”, mientras que los demás llevan el mote de “comercial”. En este cultivo, el destino de la marihuana es Florianópolis –que es, según Gerson, patrón de Roque, el mercado más exigente del Brasil–. “En Rio y en São Paulo la demanda es grande, ellos compran cualquier cosa. Floripa no, son más exigentes, los mejores fumos van para allá”.