Cuando supo del golpe a Stroessner, Iván Cattebeke, un cimeforista de 16 años, se presentó al cuartel. Ahí recibió órdenes que le cambiaron la vida para siempre, porque en las guerras, revoluciones o revueltas, no son los señores de alto rango los que matan o mueren. Los horrores de los conflictos se reservan para los más débiles.