Un poco de historia con Ana Barreto
Cuando una mujer paraguaya de Coronel Oviedo decidió no conformarse con ser maestra y soñó con ser abogada -algo que en 1907 no había hecho ninguna paraguaya- no muchas, muchísimas otras mujeres decidieron darle la espalda.
Así, buscaban evitar que el ejemplo de Serafina Dávalos, que iba en contra de los preceptos de una «mujer decente» en la época, llegue a las niñas.
Entre 1898 y 1991, se sostenía con firmeza que la independencia económica de las mujeres, el reconocimiento de sus derechos civiles, el control de la natalidad o el divorcio, serían el fin de las familias paraguayas.
Una mujer independiente y que tenga control – y deseo – sobre la maternidad se veía como la enemiga nacional número uno. Por increíble que parezca hoy para muchas mujeres profesionales e independientes y que usan métodos anticonceptivos, hacer estas cosas significaba ser una feminista radical.
El feminismo se atacó desde donde se pudo: desde el Estado, desde la prensa, desde la Iglesia; desde instituciones civiles y desde la familia. Y muchísimas veces, fueron mujeres las que acompañaron los ataques.
Pero cuando feministas paraguayas como Dávalos teorizaron sobre cómo la contabilidad y la odontología eran profesiones ideales para el empoderamiento de la mujer del joven siglo XX, ninguna que la había llamado ridícula, rechazó sus ideas.
Las jóvenes maestras Ermelinda Ortíz, Virginia Corvalán y María Felicidad González adscribieron a movimientos feministas regionales e internacionales. La escritora Concepción Leyes de Chaves firmó en nombre de Paraguay un compromiso con las Naciones Unidas para que el país reconozca la ciudadanía de las mujeres. Pero nadie de quienes las trataron de anti-nacionalistas o que respondían a “agendas foráneas” se opuso a los derechos por ellas conquistados.
Cuando Mercedes Sandoval, junto a otras feministas y políticas paraguayas consiguieron modificar el Código Civil en 1992 para que las mujeres puedan divorciarse, nadie, pero nadie; ninguna de las muchas que las señalaron como radicales y que destruirían a las familias, se negó a ejercer los beneficios de ese logro.
Por todo esto:
Cuando una mujer universitaria te diga que las feministas quieren destruir la sociedad, recordale que la entrada de mujeres a las universidades fue gracias a feministas paraguayas.
Cuando sea una mujer que usa una tarjeta de crédito propia y tiene cuenta bancaria a su nombre, recordale que eso también fue gracias a feministas paraguayas.
Cuando sea una mujer divorciada y que tiene la custodia de sus hijos, recordale que eso fue posible por feministas paraguayas.
Cuando una mujer te comente que existe un supuesto plan de la ONU para destruir familias paraguayas, hacele notar que los derechos civiles y políticos que tiene –trabajar, votar, ser dueña de propiedades– fueron posibles por una «agenda de género»: por feministas paraguayas internacionales nucleadas en torno al capítulo de promoción de la mujer y los Derechos Humanos llevados adelante por Eleanor Roosevelt en la ONU y que Paraguay adscribió y ratificó ya en 1954.