En el encuentro de la Comunidad Futuros, conversamos con el arquitecto Iván Gayoso, La Chispa y El Cántaro Bioescuela sobre todo lo que podríamos hacer con los espacios hoy invadidos por la ANR.
A Iván Gayoso le gusta pensar cómo la arquitectura puede cambiar la vida de la gente.
Encontró tema de tesis cuando la sub-seccional colorada de su barrio impidió que él y sus amigos puedan jugar fútbol en su cancha.
Documentó al menos 12 predios públicos que la ANR invade en Asunción hasta hoy. 10.849 m2 de espacios públicos que nos robaron.
Gayoso recopiló sentencias judiciales y mapeó las tierras malhabidas. Quería saber en qué estado estaban, si tenían alguna relación con sus comunidades.
Lo que encontró es que no importaba si estaban en un barrio de clase baja o clase alta. En uno donde votan más a colorados o la oposición:
Eran espacios dejados que no se conectan con la necesidad de los pobladores. Un programa obsoleto que no resuelve las necesidades de la ciudadanía.
«Las seccionales son imprescindibles para entender la dictadura» dice Gayoso «ejercían un control territorial y convertían lo comunal en partidario».
La usurpación de la ANR no solo dejó a barrios sin bienes públicos tangibles como una plaza, sino que «también hemos perdido un bien intangible de extremo valor: el sentimiento de pertenencia a la ciudad, de apropiación del ciudadano hacia sus espacios públicos».
Cinco sub-seccionales se lograron recuperar y hoy son plazas. Gayoso concluye que no se trata solo de un trámite burocrático: es necesario que la ciudadanía se involucre y se apropie de los espacios.
Gayoso imagina cómo esos sitios, abandonados la mayoría del tiempo, podrían mejorar la vida de barrios enteros.
Gayoso no es el único que lo imagina.
También lo hacen Milena Coral y Sebastián Coronel de La Chispa.
Milena y Sebastián impulsan el centro cultural, fundado en 2014 por Malena Bareiro y Pachin Centurión, dos militantes del arte, que sacó a una cuadra de la oscuridad y la inseguridad en la que estaba.
«Cuesta imaginarlo hoy, pero en esa calle nadie quería pasar» cuenta Coronel.
Desde 2014, La Chispa no solo le ha dado un lugar a la gente, a expresiones artísticas y movimientos urbanos que no tienen sitio en una capital donde el Estado o los bares deciden qué se escucha y se mira.
También desafía la idea de que la calle es propiedad de los autos, que hay que tener cuatro ruedas para merecer un lugar.
Pero por recuperar una cuadra y convertirla en una explosión de policromía recibieron pocos aplausos y bastantes obstáculos por parte de la Municipalidad de Asunción o la Secretaría de Tributación.
«En Asunción no existe algo como una licencia para un centro cultural. O es industrial o es comercial. Y nosotros no somos un bar», explica Milena Coral.
De cierto modo, la pandemia terminó por darles la razón: ante las restricciones sanitarias, los eventos al aire libre ganaron en sentido e importancia. Los bares ocupan las calles con sus mesas. Las peatonales salvaron a más de un local nocturno.
«El modo en el cual gente de todo tipo ocupa el espacio da una muestra de la necesidad, de la sed que hay de lugares así. El desafío es que sea más que una resistencia. Para nosotros, el lema es: por cada seccional, un centro cultural» dice Milena.
De las seccionales que recuperemos también podríamos hacer centros comunitarios como El Cántaro Bioescuela Popular de Areguá.
El Cántaro empezó en 2007 en cualquier lugar donde hubiera espacio. Recobró plazas que servían de estacionamientos para motos, hizo que autos respetaran veredas, se acercó a arroyos que solo se veían como cloacas.
Allí «pusimos arte en el camino de la gente, fuimos a buscar a las personas» dice Joe Giménez, coordinadora de la escuela. «Como era gratis, las personas se quedaban».
Y luego de perder la casa que alquilaban, Giménez cuenta que juntaron plata para comprar el terreno más barato de la zona. Pero no tenían un guaraní para edificar la escuela.
Entonces se inspiraron en el hornerito, que construye su hogar con los materiales a su alrededor…
…Y el Cántaro tenía a su alrededor las manos de las cientas de familias que ya accedían a clases de guitarra, pintura y literatura gratis. Tenían el conocimiento de abuelas de cómo se hacían las casas antes. Tenían mucho, mucho barro de Areguá a su disposición.
«Así es como nuestro objetivo de lograr un sitio donde la gente se junte, de democratizar el acceso a la cultura se materializó en nuestra casita» dice Gimenez.
Y con un modelo de ayuda mutua, donde el que aprende a tocar la guitarra hoy enseñará al que venga mañana, consiguieron que más de 900 estudiantes accedan gratis a talleres y clases sin importar club, partido o clase social.
«De todos los niños que están aprendiendo guitarra con nosotros, es posible que unos cuantos sigan la carrera de músico. Pero todos valoran más la música, van a pagar por ver un concierto de un guitarrista cuando sean adultos».
Este reportaje es producto de la entrevista colectiva a Iván Gayoso, Milena Coral, Sebastián Coronel y Joe Gimenez en el evento de la Comunidad Futuros el 9/12/21
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