Su identidad y su nombre fueron cuestionados por las leyes que ella había decidido defender. Su voz se levantó y la lucha trascendió lo personal para volverse histórica dentro de la comunidad trans.
Los niños no discriminan, entonces creció rodeada de amigos y amigas con quienes compartió sus juegos. Eso y su familia le ayudaron a solidificarse como persona con valores.
“Me brindaron la oportunidad de poder disfrutar lo máximo que se puede en la infancia”.
Siempre estuvo en desacuerdo con las desigualdades que hay en Paraguay. Eso le inspiró a seguir la carrera de leyes. Como si estuviera destinada, se inclinó más hacia el campo de los derechos humanos.
“Eso es lo que me tiene hoy aquí y ahora luchando por los derechos de mi comunidad”.
Invisible. Así se sintió en la universidad al principio. Como no se ajustaba a lo binario ni estaba dentro de lo políticamente establecido, durante muchos momentos se mantuvo al margen y pasó desapercibida para los demás. Entonces se dio cuenta de que los profesores, profesoras y docentes no la veían.
“No estaba siendo yo y, a lo mejor por eso, esas personas no me tenían en cuenta”.
Decidió asumir su identidad y ahí fue cuando comenzaron a reconocerle de verdad, por quién era y cómo se desenvolvía. Inclusive, en el mismo instante en que utilizó su nombre social algunos profesores también lo hicieron. Kimberly Ayala ya estaba presente.
“Para mí fue un paso muy importante y algo que me hizo muy feliz. Yo creo que fue el comienzo de toda esta gran historia que se viene por delante en mi vida”.
El único requisito era terminar la facultad, tener su título y llenar algunos que otros documentos para poder jurar. No veía ningún impedimento y no creyó que el Estado le negara esa posibilidad. Pero su nombre no coincidía con la foto y le dijeron que no podían procesar su solicitud. El tribunal ponía obstáculos al juramento de quien se licenció en 2015, con honores.
“Me sentí muy humillada, porque yo estaba cumpliendo con todas las reglas. Terminé mi facultad, fui una excelente estudiante”.
Indignada por esa respuesta, vio una abogada y empezaron a investigar, pero una vez más no les dieron ninguna respuesta. Tras un segundo intento, bajó los brazos y sintió que estaba luchando sola contra todo un sistema.
Durante años, como no quería explicar toda la situación, se presentó como Kimberly, la peluquera que trabajaba como estilista.
“Yo le estaba dando la posibilidad a mi país de ser una ciudadana de bien, de aportar a esta nación que tanto necesita de personas como nosotras para poder avanzar y me estaban negando ese derecho”.
Sus trabajos como activista la llevaron hasta Amnistía Internacional, donde le aseguraron que su lucha era muy importante. Ahí le propusieron acompañarla en esa causa emblemática: convertirse en la primera abogada trans del Paraguay. Aunque no tenía ni idea de todo lo que iba a pasar, cuando le preguntaron si estaba preparada, dijo que sí, dejó atrás la desilusión y volvió a tener esperanza. La campaña se puso en marcha. Amnistía y Codehupy convocaron a otras organizaciones a unirse a la causa y llamaron a los medios de prensa para apoyarla.
El mayor logro llegaba con fuerza y era la visibilidad.
“No hay nada de misterioso detrás de una persona trans. Nuestras identidades no son misteriosas, son naturales como cualquier otra identidad. Somos como cualquier otra persona. No hay nada que se pueda anteponer a la identidad de una persona”.
El sueño de Kimberly no solamente era ver premiados sus esfuerzos personales. Era algo más colectivo. La empujaba el deseo de trabajar con y para su comunidad. Ella e Yren Rotela querían asistir a las mujeres trans que estaban privadas de su libertad en los centros de detención penal.
“Queremos ir a las cárceles a ayudar a las compañeres trans en la prisión, porque son las más abandonadas e invisibilizadas. Queremos mejorar su calidad de vida dentro y fuera para que cuando salgan puedan tener un trabajo digno”.
La mañana del 9 de noviembre de 2020 estaba lluviosa. Kimberly se sentía como extasiada con todo lo que estaba sucediendo: Por fin iba a jurar.
Con su cartel: “Visible por lxs que no pueden” era más ella que nunca. Sin embargo, era también todas esas otras personas que la sociedad descubría a través de su voz.
“Estoy muy feliz por este logro. Ahora mi sueño es ser jueza. Espero que despierte la esperanza para una población siempre tan invisibilizada y marginalizada. Un nuevo comienzo que puede tener un final feliz”.