México 🌎 Estados Unidos
Cristina y Amy viven a 3.700 kilómetros de distancia y no se conocen, pero el auge del consumo de opioides en Estados Unidos y del cultivo de amapola en México conecta sus vidas.
Cristina conoció la amapola cuando era muy niña en un paseo con sus padres, en la sierra de su Guerrero natal en los años 80. Ni ella preguntó para qué servía aquella planta de flores rojas ni le dieron explicaciones. Después la cultivaría junto a su familia por décadas. A principios de los 2000, con el boom de la demanda de opiáceos en Estados Unidos, esta siembra ilegal se había convertido en el único ingreso de muchas zonas rurales de México.
Amy y Peter se conocieron en el instituto, en los suburbios de Chicago. Su relación era tormentosa y llena de altibajos. Cuando Amy tenía 25 años, tras el nacimiento de su hijo Noah, se lesionó la espalda en el gimnasio. El médico le diagnosticó dos hernias discales y como su caso no era operable, le recetó opioides para el dolor. Con las pastillas, Amy se sentía «supermamá»: lo podía hacer todo. Cuatro de cada cinco consumidores de heroína en Estados Unidos se inician con opioides farmacéuticos.
Cuando Cristina cumplió 16 años, la amapola ya era la única forma de vida de su comunidad. El mercado para los cultivos tradicionales –milpa, maíz, café, árboles frutales– estaba hundido. Los caminos para comerciar eran intransitables.
En Chicago, Amy asistía a una «clínica para el dolor», donde le recetaban grandes cantidades de pastillas. Por suerte tenía un trabajo estable para el Gobierno de Illinois con buen seguro médico. Llegaron a recetarle 400 pastillas al mes.
Una mañana de 2011 Amy se levantó mareada y con temblores. Le dolía mucho la cabeza, como si tuviera una fuerte gripe. Llamó a Peter para contarle y él le respondió: «Lo que tienes es síndrome de abstinencia, tonta». Peter sabía bien de lo que hablaba, porque desde hacía años era adicto al alcohol y consumía cocaína y heroína.
A Amy el efecto de los opioides le duraba cada vez menos y tenía que tomar más y más. Peter empezó a consumir una parte de sus pastillas. Las recetas, a pesar de ser cuantiosas, no eran suficientes para que los dos aguantaran el mes entero. Empezaron a comprar pastillas en el mercado ilegal –donde suelen costar 50 dólares por unidad– pero cada vez les resultaba más difícil y más caro.
Amy había empezado a faltar al trabajo y tenía un comportamiento errático. Temía perder su seguro médico. Una pareja de amigos que también consumía opiáceos invitaron a Amy a tomar heroína. Al principio ella se negó porque le daba miedo, pero después de tres días de abstinencia no pudo más. Así esnifó heroína por primera vez. «Ni siquiera me colocó», recuerda. «Simplemente me hizo sentir normal».
Durante una década, la familia de Cristina podía producir 4 ó 5 kilos de opio. El dinero de la amapola frenó la migración y la comunidad entró en una época de relativa prosperidad.
En el 2006 el entonces presidente Felipe Calderón declaró su guerra contra el narcotráfico. Desde entonces la violencia en México ha aumentado hasta llegar a más de 30.000 víctimas de homicidio al año. Los últimos tres años –2018 a 2020– han sido los más violentos de la historia moderna de México. Los cultivos de amapola no hicieron otra cosa que aumentar: de unas 1.900 hectáreas cultivadas de amapola en el 2000, a 44.100 hectáreas en 2017.
Pero al tiempo que llegaba más dinero el pueblo de Cristina dejó de ser de sus habitantes. Los criminales imponían a quién y a cuánto se vendía el opio. Ella comenzó a pasar días escondiéndose de las balaceras en la comunidad. En un solo día, mataron a cinco de sus familiares.
Con la heroína «todo empezó a ir cuesta abajo muy rápido», dice Amy. Recuerda que ella y Peter empezaron a consumir más y más bolsitas de heroína, que compraban en las calles del oeste de Chicago por 10 dólares cada una. Llegó un momento en que todo lo que ganaban, entre 2.000 y 5.000 dólares al mes, lo gastaban en su adicción. Era una carrera que no tenía final.
Amy fue trasladada a una nueva oficina, a tres horas de viaje en auto desde su casa. Su principal preocupación por el largo trayecto era cómo aguantaría sin consumir. Empezó a inyectarse heroína, porque así el efecto duraba más. Un día a mediados de 2014 la policía la detuvo y encontró bolsas con heroína en su coche. Amy pasó siete semanas en prisión.
Cuando Amy regresó a casa después de la cárcel, Peter estaba muy mal. Seis días después de haber salido de prisión, Peter le pidió que fuera a comprar heroína. Amy fue con dos conocidos a las calles del oeste de Chicago. Regresaron y los cuatro esnifaron heroína en el baño del sótano. Peter se quedó tumbado en el pasillo, roncando. A Amy no le sorprendió, estaba acostumbrada a verle así.
Pero 15 minutos más tarde, se dieron cuenta de que Peter no respiraba. Llamaron a la ambulancia pero no hubo manera de reanimarlo. El informe médico concluyó que murió por una intoxicación de heroína y alcohol.
En México, el precio de la amapola en la comunidad se desplomó unos años después, hasta los 250 dólares el kilo. A Cristina le decían que era por el fentanilo, una droga química llegada de China. El trabajo y el peligro ya no merecían la pena. En 2019 dejó de cultivar, como otros muchos. Algunos decidieron migrar para sobrevivir, Cristina no puede. Ella mantiene a su hija, que tiene una discapacidad, a sus padres y a dos de sus sobrinos.
A sus 46 años, Cristina se preguntaba cómo sobrevivirían ella y su familia sin su único ingreso en un lugar empobrecido y violento. Así que regresó a los cultivos tradicionales. Pero llegó la pandemia y no hay clientes. Después de una vida rodeada de amapola, hoy sobrevive del trueque. Dice que no come como debería, solo come lo que hay.
Un año después de la muerte de Peter, Amy fue sentenciada a siete años de prisión como la responsable. Para intentar frenar la escalada de muertes provocadas por los opioides, la justicia del estado de Illinois está recurriendo cada vez más a una ley aprobada a mediados de los 80, en plena «Guerra contra las Drogas», que permite condenar por asesinato a quien suministre sustancias a una persona que luego muera de sobredosis.
En 2020, a Amy le concedieron la libertad provisional. Aún así, rehacer su vida será difícil, ya que en sus antecedentes sigue figurando que cometió un asesinato.
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