Futuros

Un Dios que es amor

La propuesta radical de una comunidad de cristianos paraguayos: incluir a las personas LGBTI.

Reportaje Maximiliano Manzoni · Edición Juan heilborn · Fotografía nicolás granada ·

Una mujer apuntaba con su crucifijo a la primera marcha LGBTI de Hernandarias, una ciudad de 80.000 habitantes a cuatro horas de la capital de Paraguay, el 29 de septiembre pasado. La imagen se convirtió en la postal de la intolerancia de grupos religiosos hacia la diversidad sexual en el «último bastión moral» de la región. Horas después una turba del autodenominado grupo «provida» insultó y tiró piedras a los activistas que marchaban. Varios heridos terminaron en el hospital.

Crucifijos y banderas arcoiris parecen extremos irreconciliables en este país. Pero en la pequeña sala de un hotel asunceno un pastor evangélico, dos sacerdotes y varias familias cristianas desafían esa idea con una simple frase, la que a muchos nos enseñaron a escribir en la escuela: «Dios es amor».

Unas cien personas entre familias y personas LGBTI fueron parte del Tercer Encuentro Ecuménico de la Diversidad Sexual en Paraguay, bajo el lema «Dios ama a todxs sin condición».

Así lo define el pastor menonita Johnny Beachy frente a unas cien personas en el Tercer Encuentro Ecuménico de la Diversidad Sexual en Paraguay, organizado por Cristianos Inclusivos, un grupo de jóvenes LGBTI creyentes fundado en 2014. «Nos empezamos a juntar en una casa en San Lorenzo –explica José Silvera, miembro fundador– porque todos pasábamos por lo mismo: el rechazo en las iglesias por nuestra orientación sexual». En la mayoría de los casos, dice Silvera, al momento de salir del closet con el pastor o el sacerdote, se les dice a las personas LGBTI que «pueden cambiar» enfocándose en Dios; pero al no poder –porque la orientación sexual no es algo que se pueda elegir o cambiar– «uno se siente muy culpable. Se pregunta “¿no hice lo suficiente?”». Beachy se encontró con esos jóvenes «heridos por la actitud con la que los trataban en las iglesias». Junto al sacerdote jesuita José Luis Caravias, se convirtieron en los mediadores de un espacio espiritual seguro que hoy tiene entre 25 y 40 miembros activos que se reúnen cada dos semanas.

Una fe que escandaliza

Al principio los cristianos inclusivos se encontraron con incomprensión por parte de del resto de la comunidad LGBTI paraguaya, algo que les parece lógico por el historial de su relación con las iglesias. «Pensaron que éramos una trampa, que era otro movimiento cristiano que decía aceptar a la comunidad pero inculcaba que la orientación se podía cambiar». O que buscaban «evangelizar gays y lesbianas al cristianismo». O que promovían la castidad, que es la enseñanza actual de la Iglesia Católica, instituida por el ex papa Benedicto XVI, para quienes no sean heterosexuales. «Nosotros tampoco queríamos eso. Queríamos formar un espacio en el cual nuestra fe estuviera de la mano con el ejercicio de una sexualidad saludable y responsable», dice Silvera. «Hoy somos muy aceptados. Participamos de las marchas de julio y de septiembre, cada año».

El pastor Beachy acudió al pedido de asesoría espiritual de los jóvenes LGBTI porque para él las enseñanzas de Jesús se resumen a las que aparecen en el Evangelio de San Lucas: amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo. También se puso a investigar sobre qué exactamente decían los versículos de la Biblia sobre la homosexualidad. «Si uno ve el cambio desde las traducciones en griego antiguo, por ejemplo el capítulo de Sodoma y Gomorra, se ve que en realidad lo que se condenaba eran las violaciones, la prostitución y la extrema promiscuidad». Para Beachy,  leer cualquier texto bíblico debe entenderse su contexto. «Mucho de lo que hay en la Biblia se entiende por las leyes que se aplicaban al pueblo de Israel en esos tiempos» dice. El Levítico, donde están la mayoría de las aparentes condenas a la homosexualidad, por ejemplo considera impuro tocar a las mujeres durante su menstruación. También impone condena de muerte por adulterio. Y por creer en otras deidades. Y por no hacerle caso a tus padres.

El pastor menonita Johnny Beachy conoció Paraguay hace 45 años en una misión. Luego de jubilarse en EEUU, se vino a vivir al país. Desde entonces da apoyo espiritual en la cárcel de Tacumbú y a jóvenes LGBTI.

Beachy casi se pone a llorar contando la historia de Mark, la primera persona LGBTI que conoció estando en EE.UU. y vino en búsqueda de ayuda espiritual. «Al leer la Biblia, sabemos de hermosas historias de personas marginadas. La comunidad LGBTI tiene mucho por enseñarnos: ¿cuántos de ellos han muerto, sino de manera literal, de manera espiritual, por culpa de las iglesias?» se pregunta, antes de cerrar su lectura. «Si leemos la Biblia, veremos que Jesús criticaba mucho a las cabezas de las iglesias, las mismas que hoy quieren decir que algunas personas son abominables. Esta es una fe que escandaliza, como Jesús escandalizaba en sus tiempos».

Una comunidad en las catacumbas

Beachy sin duda representa también a una minoría. Mientras que en Europa y EE.UU. numerosas iglesias evangélicas y menonitas se declaran hoy inclusivas, en Paraguay algunas iglesias estuvieron involucradas en ONGs que promovían terapias de conversión a miles de estudiantes con dinero público. Su situación no es diferente a la del sacerdote chileno Pedro Labrin. Con una diferencia fundamental: Labrin dirige la Pastoral de Diversidad Sexual (Padis) en su país, una institución inédita dentro de la Iglesia Católica que acoge a todas las personas LGBTI bautizadas que busquen «espacios de vida espiritual».

«La realidad es que la Iglesia Católica es muy homofóbica porque es muy gay». Padre Pedro Labrín

«La realidad es que antes que yo estuviera, la Padis ya existía. Solo, que como los cristianos perseguidos en Roma, era una comunidad en las catacumbas» dice Labrin, un jesuita. Para él, el silencio sobre la existencia de personas diversas sexuales dentro de la iglesia, incluyendo sus sacerdotes, es muy dañino. «La realidad es que la Iglesia Católica es muy homofóbica porque es muy gay», dice. Subraya que también así aprendió que la homofobia y la misoginia no son propiedad exclusiva de los heterosexuales. Labrin no estuvo exento de contradicciones y problemas por su posición. La Pastoral se convirtió en un espacio para defender reivindicaciones  y lugar de refugio ante la hostilidad en otras. «Constantemente caminamos ambas vías. De salir a pelear pero también de ser un fogata para recuperarnos», dice Labrín. El jesuita fue literalmente investigado por la Inquisición –que ahora tiene el nombre de «Congregación para la Doctrina de la Fe»– por atreverse a decir que Dios amaba a los homosexuales y que, por lo tanto, se podría entender que Dios quería que una persona gay fuera gay. Luego de un largo proceso, terminó absuelto.

El sacerdote jesuita chileno Pedro Labrín fue el invitado principal del evento, como parte de la Pastoral de la Diversidad Sexual, una institución inédita dentro de la Iglesia Católica.

Para el sacerdote chileno la Iglesia Católica da respuestas viejas a las cuestiones actuales y, más allá de las interpretaciones de la Biblia, se debe priorizar la conciencia personal. «Nuestra religión ha infantilizado a sus creyentes y se ha reducido a aplicar normas», le responde a la pregunta sobre cómo sobrelleva la posición de los propios fieles. «Entonces incluso los fieles van en busca del sacerdote que los condene, no que los libere de sus dudas o pecados». 

Una encuesta realizada a 1.200 personas muestra una correlación entre mayores convicciones religiosas y actitudes negativas hacia la comunidad LGBTI en Paraguay. Para Labrin, un acierto de su Pastoral de Diversidad Sexual es luchar contra los prejuicios que generan esa homofobia. «sí el temor irracional pierde sustento y crece la confianza. Soy un convencido de que la inclusión en la Iglesia genera personas más maduras, más conscientes de sí mismas. Que todos… que todes seamos más felices», dice ante un auditorio dividido entre quienes aplauden el uso de lenguaje inclusivo y quienes levantan la mano para objetarlo. 

Esa felicidad que habla Labrín no solo se refiere a las personas LGBTI fieles en las iglesias. También están sus familias.

El closet de los padres

Una parte de la Pastoral de la Diversidad Sexual chilena se dedica exclusivamente a trabajar con las familias. «Es un tema que no se habla lo suficiente» dice Myriam Guillar, madre de dos varones gays y parte de Unidos por el Arcoiris, una asociación paraguaya de familiares de personas LGBTI. El padre Labrin dice que desde la Padis se trata la salida del closet como un duelo, con todas sus fases: la negación, la rabia, la aceptación. «Porque en realidad tiene más que ver con los padres y las pretensiones que tenían para sus hijos: la idea de que no te van a llevar más del brazo al altar, o que no van a ser abuelos». Y el propio miedo al estigma social por parte de la familia, complementa Guillar: «Hay una orfandad porque los padres tienen aún menos espacios que los chicos para hablar de lo que significa la salida del closet». Muchos se refugian en la religión, se preguntan si hicieron algo mal o rezan en esperanza de «cambiar» a sus hijos. «La vez que yo fui a confesarle a un sacerdote que yo tenía hijos gays y los aceptaba, me echó de la Iglesia» cuenta.

Uno de los principales religiosos que apoyan la diversidad sexual es el padre jesuita José Luis Caravias, que incluso en 2017 ya se había pronunciado a favor de las uniones civiles de personas del mismo sexo.

Guillar sostiene que el acompañamiento a los padres es un tema urgente porque «mucho del daño a la salud mental de los chicos y chicas los producen sus familias, porque ellas no tienen herramientas para lidiar con el tema». En numerosos casos se llega a la expulsión de personas LGBTI de sus hogares. Organizaciones como Somosgay y Panambí se encuentran trabajando en centros de acogida y refugio para las personas –en especial trans– que terminan sin un lugar donde vivir. Guillar misma, católica muy practicante, puede verlo en cómo encaró la salida del closet de su hijo mayor: «no lo eché, pero tardé dos años en aceptarlo y, por supuesto, le hice mucho daño en el proceso».

«Tiene que haber un movimiento como lo fue con las familias de chicos con discapacidad», reflexiona Guillar. Se refiere al estigma. Explica que antes muchos padres y madres tenían vergüenza de mostrarse con un hijo que tuviese alguna discapacidad, una noción que cambió con campañas de medios, periodistas, organizaciones y escuelas. Lo mismo, cree, es necesario para las familias de niños y adolescentes LGBTI. Y también en las iglesias, según el pastor Beachy. «Yo le dije a otro pastor para irnos a la última marcha y me dijo que me apoyaba, pero que si lo hacía se quedaba sin trabajo» cuenta. El proceso de reconciliación entre la creencia y la orientación sexual llevará tiempo, dice José Silvera de Cristianos Inclusivos, porque muchos creyentes no quieren volver adonde se valida la violencia contra ellos. Por otro lado, el padre Labrín cree que es una lucha que se debe sostener. «La Iglesia siempre estuvo en movimiento, en procesos de cambios. La idea de que hay que optar y defender a los pobres hoy es regla. Pero no lo era, por ejemplo, en los años 70».