Esta historia hace parte de la serie periodística #DefenderSinMiedo coordinada por Agenda Propia.
El 10 de marzo de 2020, Paraguay fue una de las primeras naciones de América en cerrar sus fronteras y declarar la cuarentena total para intentar frenar a la covid-19. Pese a su precario contexto sanitario, el país logró en los primeros dos meses de pandemia que su respuesta fuera reconocida entre las 45 mejores del mundo y las tres o cuatro mejores de América, según datos recabados por el New England Complex Systems Institute (Necsi), Harvard, la Universidad de California en Los Ángeles y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Aunque un reciente repunte lo ha colocado entre los países que «deben tomar acción», la Organización Panamericana de la Salud (OPS) considera su gestión como «muy positiva». Aún así, ha tenido la segunda tasa de mortalidad por covid más baja de América, junto a Uruguay.
Pero en marzo, mientras las ciudades paraban, en la mitad occidental del país, donde se encuentra el segundo bosque más extenso de América del Sur, el Gran Chaco, ganaderos y madereros no disminuyeron su actividad, sino que la aumentaron, poniendo en mayor riesgo a las cerca de 140.000 personas de pueblos indígenas que habitan allí desde mucho antes de que el país existiera.
Paraguay, del tamaño de Francia, pero con tan solo siete millones de habitantes, sumaba hasta el 21 de septiembre 33.520 casos confirmados, de los cuales hay 18.117 recuperados y un total de 659 fallecidos.
«Miles de indígenas en Paraguay están pasando hambre y abandono, precarizando aún más sus condiciones de vida, que ya de por sí, antes de la llegada de la covid-19, eran difíciles», asegura la ONG paraguaya Tierraviva, especializada en la defensa jurídica de comunidades nativas del Chaco. El 65 por ciento de los miembros de los pueblos indígenas se encuentra en situación de pobreza y más del 30 por ciento en pobreza extrema según la más reciente encuesta estatal (2017).
Hasta ahora pocos integrantes de los pueblos indígenas de Paraguay han tenido diagnósticos positivos, pero las comunidades han denunciado que el Gobierno paraguayo las ha dejado olvidadas y sin apoyos de equipos sanitarios de prevención, ni alimentos. Por ejemplo, los ayoreo totobiegosode, el único grupo nativo americano con familiares en aislamiento voluntario fuera de la Cuenca Amazónica, han recibido, por persona, medio kilo de alimentos no perecederos como toda ayuda estatal durante los más de cinco meses de crisis económica y sanitaria. La pronunciada sequía les ha obligado a comprar agua por primera vez en su historia y solo han recibido el acompañamiento de la Fiscalía en una ocasión en toda la pandemia, pese a que han denunciado nuevas invasiones en su territorio durante este período.
—Hay una lógica de que todo pare, menos el sector privado, que sigue siempre con la idea de producir y producir. Y la deforestación va de la mano.
Habla en español Tagüide Picanerai, de 30 años, quien también domina el ayoreo, el guaraní y el portugués, es alto, de pelo negro y de ancha espalda, fanático del club de fútbol Cerro Porteño y estudiante de último curso de la Universidad Nacional de Asunción para ser maestro. Tagüide es hijo del actual líder de los ayoreo totobiegosode, Porai Picanerai, de la comunidad de Chaidí, ubicada en el Alto Chaco, más cerca de la frontera con Bolivia que de Asunción, capital de Paraguay. Chaidí significa «refugio» en su idioma materno, porque es donde se ha ido quedando en los últimos 20 años la mayoría de los que fueron expulsados del bosque por misioneros y militares. Esta comunidad vive en lo que los antropólogos llaman «situación de contacto inicial con la sociedad envolvente», que somos nosotros: los periodistas, los ganaderos, los madereros, los misioneros, los capitalinos, el Estado, las organizaciones no gubernamentales (ONG), las sectas, las inmobiliarias, los inversores extranjeros…
Porai Picanerai, padre de Tagüide, en el congreso paraguayo en 2015. En esta ocasión los ayoreo totobiegosode acudieron para exigir que se frenaran las licencias de desmonte otorgadas en sus tierras ancestrales. Foto: Santi Carneri.
El primer y único caso de Covid en Chaidí se detectó el 8 de septiembre. Se trata de un hombre ayoreo que acudió por una urgencia al hospital y allí se contagió. Desde entonces está en cuarentena y aislado de los demás, según informó la Organización Payipie Ichadie Totobiegosode (OPIT).
Tagüide es el único ayoreo totobiegosode que vive en Asunción y es su portavoz en la mayoría de las reuniones con las autoridades paraguayas. También se dedica a vender en la capital los productos de su comunidad como miel, arte textil y en madera o su poderoso picante de ají. Nos conocemos desde 2014. Le he acompañado a Chaidí en tres ocasiones desde Asunción: ocho horas en un bus desvencijado de la empresa menonita llamada N.A.S.A, un nombre más que apropiado para circular por la ruta Transchaco, una carretera que llega hasta Bolivia; no así su asfalto. Un camino más parecido a la superficie lunar, a medida que se adentra en el paisaje y las ruedas se traban en los cráteres, mientras vamos dejando atrás palmeras y cactus, árboles gigantescos y matorrales secos.
Chaidí está lejos en el tiempo y en el espacio. Tras unos 500 kilómetros de viaje desde la capital, pasando también humedales que visitan loros, cuervos, jaguares, osos hormigueros, armadillos y serpientes, al llegar a la ciudad de Filadelfia, la urbe más grande del Chaco, la región menos poblada de Paraguay, aún faltan dos horas de todoterreno por casi un centenar de kilómetros de caminos enlodados.
Junto a su padre y al resto de hombres adultos de la comunidad, Tagüide patrulla armado con una escopeta y un GPS (sistema de posicionamiento global) las tierras comunales tituladas a nombre de su pueblo tras más de dos décadas de lucha judicial. A petición de los ayoreo totobiegosode, la organización no gubernamental GAT en 1993 inició los trámites jurídico-administrativos ante el Estado paraguayo para la restitución de 550.000 hectáreas de monte virgen ubicado en el departamento Alto Paraguay. Es solo una parte de su territorio tradicional, estimado en unos 2,8 millones de hectáreas. Fue reconocida en el año 2001 como Patrimonio Natural y Cultural (tangible e intangible) Ayoreo Totobiegosode por el Gobierno paraguayo, pero hasta ahora solo han sido tituladas unas 140.000 hectáreas y son prácticamente los últimos remanentes vírgenes del Chaco que quedan en el país. Recorren el territorio rebosante de aire caliente y tierra seca para documentar las invasiones y expulsar a los madereros y a los estancieros de ganado que abusan de su poder, quitándoles bosques con sus máquinas y tierras con sus cercados.
Mi visita más reciente a Chaidí fue en 2016. Y lo único que ha cambiado desde entonces, según cuenta Tagüide en agosto de 2020 por videollamada, es que cada vez hay menos bosque. Más y más árboles cayendo cada día que no se ven ni se oyen en las capitales del mundo pero que son como terremotos para las personas que viven en el bosque y con el bosque. Así como para la flora y fauna del Gran Chaco y de toda América. Cada vez hay menos bosque. Cada vez, hay menos.
Los ayoreo aún encontraron los buldóceres utilizados para la tala ilegal dentro de su territorio, en el Gran Chaco paraguayo, en junio de 2020 en un patrullaje de vigilancia durante la pandemia de la covid-19. Foto: Tagüide Picanerai.
La cuarentena sorprendió a Tagüide en Asunción. Se informó todo lo que pudo y regresó a Chaidí con todas las provisiones que pudo cargar. Explicó a la comunidad que debía permanecer allí y evitar trabajar en las ciudades o estancias para no contagiarse. Desde entonces, coordina con otros líderes la búsqueda de ayuda humanitaria para atravesar la crisis económica y la sequía que ha dañado sus cultivos. La falta de recursos y combustible reduce también la posibilidad de recorrer su territorio en vehículo y custodiarlo.
Aún así, en uno de sus patrullajes en el mes de junio, el grupo de guardianes ambientales ayoreo totobiegosode descubrió tractores y buldóceres amarillos parecidos a los que se usan para derribar edificios. En menos de 48 horas, esas máquinas estruendosas destruyeron 800 hectáreas de bosque. Una superficie inmensa ha quedado ahora cubierta de ramas rotas, tierra revuelta y raíces del revés; de troncos centenarios rotos y arrancados. Ni pájaros quedan. Los ayoreo tomaron fotos e hicieron la denuncia a la Fiscalía. Hasta agosto estaban esperando que alguien del Ministerio Público apareciera a constatar los hechos y perseguir a los culpables.
La zona destruida es un corredor por donde transitan (o transitaban) habitualmente los jonoine urasade, el subgrupo de ayoreo totobiegosode, familiares directos de Tagüide, su padre Porai y otros grupos ayoreo como los garaygosode y guidaigosode. Los jonoine urasade son, que se sepa hasta ahora, el único grupo humano que vive en aislamiento voluntario en toda América fuera de la Cuenca Amazónica. En el corazón del Gran Chaco, viviendo en grupos de unas cincuenta personas, cazando y recolectando, ejerciendo su derecho a la autodeterminación y manteniendo su sistema de vida nómada dentro del bosque, reconocido por el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y por la propia Constitución paraguaya.
—Lo que antes eran huellas de yaguareté ahora son marcas de las topadoras. Nuestros hermanos solo quieren que salvemos el bosque.
Dice en ayoreo Porai Picanerai, Tagüide me traduce al español. Es 2016 y estamos en Chaidí. La aldea parece un refugio temporal y está a las puertas del bosque. Los ancianos cuentan historias alrededor de un fuego en el suelo. Hombres y mujeres jóvenes, niñas y niños ayoreo totobiegosode charlan sobre sábanas coloridas. Un ave típica del Chaco, el carancho de pico rojo y cabeza de plumas negras, detiene el vuelo en una rama y observa la olla donde se prepara carne de cabra con picante.
Ninguno de los aquí reunidos dejó el bosque por voluntad propia y en Chaidí tratan de llevar una vida lo más parecida a la que tenían antes, pero con algunos servicios comunales nuevos como una escuela, ganadería y agricultura a pequeña escala. Y con muchos menos animales y plantas. También escuchan y observan las señales que sus familiares que viven en el bosque dejan, mientras van esquivando los rugidos de los motores de los cojñone, como le dicen a los no ayoreo, a los que no conocen el bosque, la «gente sin pensamiento correcto».
Se trata de un caso único en América, fuera de la Amazonía, que hasta hoy ha logrado mantenerse en aislamiento. Solo quedan 120 pueblos aislados en todo el continente americano, la mayoría en la frontera de Brasil con Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia. Saben lo que hay fuera: guardias armados de estancias ganaderas, narcotraficantes y contrabandistas de madera, misioneros religiosos y fiscales corruptos. Y no les gusta. Especialistas en conservación ambiental concuerdan con los ayoreo: su supervivencia depende de que se detenga la deforestación en la zona y se garanticen sus títulos de tierra.
Chaidí es el refugio utilizado por los últimos ayoreo totobiegosode que ya no pudieron seguir viviendo al interior del bosque. Muchos de sus familiares permanecen en aislamiento voluntario dentro del bosque y no tienen contacto con ellos. Foto: Santi Carneri.
Los ayoreo son uno de los diecinueve pueblos indígenas de Paraguay y, como ha ocurrido con los demás, se han convertido en forzados guardianes contra la deforestación. En su caso, del segundo bosque más grande de América del Sur, el Gran Chaco, compartido entre Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil con el 60, 23, 13 y 4 por ciento, respectivamente.
Esta inmensa masa boscosa es uno de los lugares del planeta donde más rápido avanza la deforestación. Paraguay fue el país más deforestado de América del Sur desde 1990 hasta 2015, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Ahora sigue en segunda posición, según el sistema satelital Global Forest Watch (GFW). Desde 2010, la organización Guyra Paraguay efectúa un monitoreo en todas las tierras del Gran Chaco que han sufrido un cambio de uso. Hasta junio de 2018 sumaban 2.925.030 hectáreas. Ese mes de junio, la pérdida de superficie boscosa alcanzó las 33.959 hectáreas, lo cual equivale a casi dos veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires y más de tres veces el de Asunción.
El cálculo de la ONG Guyra Paraguay es que unas 250.000 hectáreas de bosques son destruidas cada año. Unas 1.400 hectáreas por día, unos siete árboles por segundo son talados aquí, donde grandes latifundistas como el expresidente paraguayo Horacio Cartes, o empresas inmobiliarias españolas como el Grupo San José, o brasileñas como Yaguareté Pora, compran las tierras ancestrales indígenas que aún no han sido tituladas a su favor y consiguen licencias ambientales para derribar los bosques sin consulta previa, ni reparación prevista a las comunidades nativas que lo reclaman.
¿Quiénes son los ayoreo?
Cuatro cazadores ayoreo corren entre quebrachos y algarrobos escapando de un yaguareté (jaguar en guaraní) de casi cien kilos, el mayor felino de América. El enorme animal mató a uno de ellos clavándole los colmillos en la cara. Su hermano, Esoi Chiquenoi, se vengó ensartando en el pecho del tigre americano una lanza con las dos manos.
La caza es la actividad predilecta de los ayoreo, pero sus piezas favoritas son los cerdos salvajes y las tortugas, no los yaguaretés.
Esta historia la cuenta mejor el mismo Chiquenoi en Chaidí, con lanza en mano y su banda de piel de yaguareté en la frente. La anécdota se remonta a fines de la década de los ochenta, cuando él aún vivía en el bosque sin haber visto nunca a un cojñone. Ahora las salidas de caza son menos frecuentes, los animales huyen cada vez más lejos, los ganaderos cercan cada vez más tierra, y sus guardias tiran a matar a cualquier persona que ven pasar, aunque esté cazando palomas. Lo que sí o sí siguen haciendo cada día es patrullar su territorio comunitario para que no entren ilegalmente más madereros con sus tractores y motosierras.
Por eso, estas hazañas son algo ya del pasado para los cerca de cinco mil ayoreo que viven en Paraguay. Solo pequeños grupos, divididos en clanes familiares, continúan existiendo como antes de la llegada de Colón a América, refugiándose en las últimas zonas vírgenes de bosques que se ubican en el extremo norte de Paraguay.
Ingoi Etacori es uno de los últimos ayoreo totobiegosode en ser desplazado del interior del bosque del Gran Chaco. En 2004 quedó fuera de la selva, con su padre, al salir a una carretera abierta por estancieros. Foto: Santi Carneri.
Si uno mira un mapa satelital de la zona, como este de la Universidad de Maryland, que controla los cambios de temperatura del suelo, revelando incendios provocados y talas masivas ilegales, los territorios ancestrales ayoreo ubicados entre las 3.4 millones de hectáreas del Parque Nacional Kaa Iya de Bolivia y el millón de hectáreas del Parque Nacional Defensores del Chaco de Paraguay, son los únicos remanentes vírgenes de extensión continua. El resto son como alfombras verdes cortadas y roídas por las ratas, parches amarillentos.
En el parque del Chaco, que solo tiene un guardia forestal, miles de árboles de la preciosa madera de palo santo rellenan los surcos del Cerro León, el monte sagrado de los ayoreo en Paraguay, que parece un cerebro gigantesco visto desde el espacio. El número ideal de guardaparques en Paraguay debería ser de 500 personas, sin embargo, en total, el país tiene 64 personas trabajando para cubrir 2.426.552 hectáreas de área silvestre protegidas.
Hasta mediados del siglo XX, los ayoreo habitaban un territorio del norte del Chaco cuya extensión superaba las 30 millones de hectáreas (300.000 Km.). Ocupaban prácticamente todo el espacio al interior del Chaco Boreal delimitado por los ríos Paraguay, Pilcomayo, Parapetí y Río Grande.
Hasta el inicio de los contactos forzados por la sociedad envolvente, alrededor de 1945 en Bolivia y un poco antes de 1960 en Paraguay, tanto la extensión del territorio como el número de integrantes, unas cinco mil personas, se mantuvieron invariables.
—Es una señal del estado de equilibrio en el que vivía este pueblo con su ambiente de vida.
Así lo explica Miguel Lovera, coordinador de la ONG paraguaya Iniciativa Amotocodie e ingeniero agrónomo de formación.
En la vida tradicional de los ayoreo, en el bosque existían numerosos sistemas y mecanismos que aseguraban la redistribución al interior del grupo familiar y local de todo lo que se podía haber cazado, recolectado o cosechado. De esta manera participaban y se beneficiaban también aquellos miembros del grupo (ancianos, viudas, huérfanos, etc.) que por diversos motivos no podían ejercer ellos mismos una actividad materialmente productiva, destaca la ONG en este artículo.
Los ayoreo estaban divididos en siete clanes. Los nombres del clan al que pertenece le dan hasta hoy el apellido a cada integrante.
«Como recolectores y cazadores, los ayoreo no intentan dominar o transformar la naturaleza ni el mundo. Ellos dependen totalmente de lo que la naturaleza les ofrece. En consecuencia, el ayoreo no destruye ni cambia su medio ambiente, porque su supervivencia solo es posible si el estado de la naturaleza no es alterado», así lo explican los estudios de Iniciativa Amotocodie.
El territorio de un grupo local era tan grande que la zona explotada en animales y vegetación tenía suficiente tiempo para regenerarse hasta la próxima incursión del grupo. La cultura de vida ayoreo cumplía con el postulado moderno de la sustentabilidad al ciento por ciento.
Los totobiegosode conocieron nuestra sociedad a partir de 1979, a través del grupo evangélico estadounidense «Misión Nuevas Tribus», quienes entraron en su territorio para «evangelizarlos» a la fuerza y, de paso, trasladarlos como mano de obra semiesclava a estancias ganaderas.
Los misioneros ejercen aún influencia en su vida cotidiana, una obsesión de esta organización que perdura hasta hoy, pues mantiene constantes visitas a las comunidades y un puesto en la zona al que intenta atraer a la población indígena bajo la excusa «de enseñarles la palabra de dios».
Uno de los muchos ayoreo que fueron obligados a salir del bosque fue el propio Porai Picanerai, quien dijo que los misioneros le forzaron a dejar su hábitat y forma de vida en 1986 junto a otros familiares. Porai relata cómo Nuevas Tribus les obligó a vivir en una reducción llamada Campo Loro, donde muchos morían por la falta de anticuerpos para las enfermedades de la sociedad envolvente y donde debían dedicarse a trabajos semiforzados. A ellos se les quitó el derecho y privilegio del aislamiento –vaya ironía–, ahora tan buscado.
Aquel año, los misioneros provocaron un enfrentamiento que tuvo como resultado la muerte de al menos cuatro indígenas y la salida del bosque de otros 40, según los datos de las ONG paraguayas Iniciativa Amotocodie y GAT.
Desde entonces, cada vez más totobiegosode han ido viéndose obligados a salir del bosque, bien en enfrentamientos violentos o bien cuando ya no tenían más lugar a donde ir. Como es el caso de Ingoi Etacori de 40 años y Carateba Picanere, de 70, que salieron de la selva en 2004 al quedar solos al borde de una carretera abierta por dueños de estancias cercanas. Etacori aún tiene las marcas en la cabeza del pelo trenzado que acostumbraba a llevar, como manda la cultura de su pueblo. Su padre y sus tres hermanos aún viven en el bosque, asegura, mientras sostiene a varios loros verdes en la mano frente a la puerta de su caseta de madera.
Tagüide resume la situación con palabras certeras:
—Sin tierra no hay futuro, no existiríamos más, estaríamos expuestos a la extinción. Para los aislados es aún más drástico, porque ellos no quieren salir de la selva y cuando entran las máquinas tienen miedo.
La deforestación no se detiene ni durante la peor pandemia del siglo XXI
El motor de una camioneta 4×4 ruge en el humedal chaqueño. Cientos de loros verdes y cuervos negros despegan de un oasis. Cinco líderes ayoreo totobiegosode caminan delante de la furgoneta, abriéndose paso con machetes entre la vasta vegetación de puntiagudos arbustos caraguatá y cactus que tapan el camino de tierra. Quitan lo justo para que pase el vehículo. Así vigilan las hectáreas que han logrado que el Estado titule a su nombre tras más de dos décadas de lucha jurídica. Una parte ínfima de la que realmente reclaman, unas 550.000 hectáreas.
Patrullan desde la salida del sol y, al llegar al mediodía, alcanzan una zona que no controlaban hace dos meses porque el camino estaba inundado. Encuentran ahí una topadora amarilla con una enorme pala mecánica. Todo a su alrededor ha sido talado. Y aunque esto pasó en 2014, la misma escena se repite mes tras mes. Año tras año. El daño es irreparable y el área donde habitan sus familiares, cada vez más pequeña. Pregunto a Tagüide cómo se sentirán los aislados cuando oyen las motosierras. Guarda silencio unos segundos y responde:
—A los aislados les afecta muchísimo porque dependen del agua y de los alimentos del bosque. No necesitan cosas materiales para vivir en el bosque. Como ahora hay sequía imagino que estarán con mucho miedo tratando de conseguir agua.
Durante la pandemia de la covid-19, en junio de 2020, los ayoreo totobiegosode encontraron 800 hectáreas taladas dentro de su territorio ancestral. Foto: Tagüide Picanerai.
La colonización del Chaco comenzó tras la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en que Brasil y Argentina destruyeron un Paraguay autónomo e independiente, con superávit económico y el porcentaje más alto de alfabetización en la región en aquel entonces. Además de los millonarios motines de guerra y la ocupación del país durante doce años, las potencias regionales obligaron a Paraguay a contraer una enorme deuda de reparación de daños imposible de sufragar por el erario público.
La solución tomada para hacer frente a esa extorsión bélica fue la venta en bolsas internacionales de casi todo el territorio chaqueño. Desde entonces, latifundistas y ricas familias de Argentina, Brasil, España, Inglaterra y hasta Corea fueron comprando cantidades inmensas de tierra sin contar nunca con la opinión de los pueblos indígenas.
—Ese proceso de entrega y privatización ha sido hecho a espaldas de las comunidades y pueblos indígenas que habitan esos lugares, y ha generado situaciones absurdas, como que se vendan y revendan sus tierras con ellos adentro sin que ellos opinen.
Así lo resume el abogado Óscar Ayala de la Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay (Codehupy), quien desde hace más de dos décadas colabora con los pueblos nativos de Paraguay para que recuperen sus tierras. Según Ayala, el neoliberalismo no apareció en la década de 1970 en la región, sino en Paraguay en el siglo XIX.
—En este marco también han ocurrido en el Chaco procesos de implantación de modelos económicos ajenos al mundo indígena, como las comunidades menonitas, un emporio económico vinculado a la industria láctea y la producción de carne en plena expansión sobre áreas tradicionales de los pueblos indígenas. Esto genera condiciones muy adversas para los pueblos indígenas.
Ayala explica que también empresas de capital extranjero han visto a esta región como un área donde aprovechar para talar sin freno, acaso por la escasa institucionalidad y fragilidad de protección a los pueblos indígenas, o su baja presión tributaria. Ocupando así áreas de dominio de los pueblos indígenas que se ven cada vez más arrinconados por este contexto.
Este es el caso, según los ayoreo, de al menos doscientas mil hectáreas de la empresa Carlos Casado, inicialmente argentina, que compró territorio indígena al Estado paraguayo a finales del siglo XIX con las personas adentro. Una empresa que desde 2007 es propiedad de Jacinto Rey y el Grupo San José, que podría ser perfectamente el nombre de una banda de cumbia cristiana, pero en realidad es el de uno de los españoles más ricos y el de su empresa inmobiliaria y constructora. Estas empresas extranjeras ocupan doscientas mil hectáreas de territorio ancestral de varios pueblos indígenas, entre ellos los ayoreo, en el Chaco paraguayo, y mientras este pueblo indígena ve sus bosques deforestarse, Jacinto Rey pasa los veranos en yate en su Galicia natal. Y en Tres Cantos, una de las ciudades de España de mayor renta per cápita, se erige el imponente y vallado edificio de la inmobiliaria y constructora considerada en enero de 2020 por la prensa como «la joya de la bolsa española».
El bisnieto de Carlos Casado y actual vicepresidente de la empresa argentina, Diego Eduardo León, respondió a Agenda Propia a través de un comunicado que «la relación con las comunidades indígenas es de respeto, como lo hacemos frente a cualquier miembro o agrupación de la sociedad paraguaya».
«Nuestro objetivo económico es producir con eficiencia, en el marco de las leyes nacionales, entre ellas las leyes sociales y ambientales, pero además, colaborar en las inversiones sociales que faciliten el bienestar de las personas más necesitadas. Es necesario destacar las innumerables donaciones de tierras para el afincamiento de comunidades indígenas del Chaco, a fin de que puedan desarrollar sus actividades sociales, culturales y de subsistencia», reza el documento.
Con respecto al pueblo ayoreo, el empresario aseguró que mantienen «una relación institucional a través del Instituto Nacional del Indígena (INDI)». Por otro lado, dijo que estarían dispuestos a canjear con el Estado algunas de las tierras reclamadas por los ayoreo. «Estamos dispuestos a negociar», añadió también por llamada telefónica.
La legislación paraguaya permite, una vez concedida la licencia ambiental, deforestar el 75 por ciento del bosque del terreno. Lo que en palabras de Lovera no sirve para mantener la continuidad del bosque que requieren la flora y la fauna:
—¿Quién garantiza que quede unificada la masa forestal? Desde lo jurídico y lo científico las licencias son todas cuestionables, el Gobierno se ha especializado en vender esas licencias en vez de evaluarlas críticamente. Y así ha condenado a la deforestación a todo el país. Facilitando la salinización de todos esos suelos a niveles extremos. Conformando desiertos cada vez más grandes en lo que antes era pleno bosque.
En 2015, un grupo de personas de la ONG inglesa Survival realizó una protesta frente al edificio central de la empresa española, después de que su filial, Carlos Casado SA fuera descubierta deforestando y abriendo carreteras y reservas ilegalmente en la tierra ancestral de los ayoreo. Según Survival, la empresa también intentó falsificar firmas de los ayoreo para la construcción de una vía de acceso a través de la tierra de este pueblo.
Las tres hermanas Sánchez Ávalos, hijas del fundador y socias estables de Jacinto Rey en el capital de la compañía, controlan un 21,05 por ciento del grupo; de este pedazo, el 5,4 está domiciliado en Luxemburgo, un paraíso fiscal, a través de la firma Caroval Holdings SA, según el diario gallego Economía Digital.
A parte del Grupo San José, los otros mayores latifundistas del Chaco paraguayo son el conocido Grupo Moon, una organización religiosa coreana que posee 590.000 hectáreas de tierras chaqueñas, y el expresidente Horacio Cartes, quien durante su gobierno (2013-2018) compró medios de comunicación a nombre de su hermana Sarah y su grupo empresarial expandió sus actividades a supermercados y más ganado, según las investigaciones de la organización paraguaya Base-Is. Lovera opina así al respecto:
—Todas las licencias ambientales están viciadas de graves irregularidades. Son todas ejercicios de copy-paste. No hay análisis real de las condiciones ambientales y tampoco sensatez en las recomendaciones.
Apenas a inicios de julio, el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) publicó que 250 licencias ambientales estaban listas para ser retiradas. Aunque no se detalla cuántas estaban relacionadas al Gran Chaco, las últimas expedidas para la zona están casi siempre relacionadas con la industria ganadera o forestal.
GAT, en 2018 denunció que las empresas ganaderas Cooperativa Chortitzer Ltda., Yaguareté Pora, BBC-Monte Pora y River Plate talan en su territorio sin autorización, según datos del Instituto Forestal Nacional (Infona).
Los totobiegosode, hartos de la inacción de las instituciones que deberían protegerlos y tras agotar todas las vías judiciales posibles en Paraguay, acudieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2013. La situación de los ayoreo es tan acuciante que la Comisión emitió medidas cautelares para hacer reaccionar al Estado paraguayo ante la destrucción del hábitat de este pueblo nativo. Según la CIDH, el derecho a la vida, al territorio y a su propia cultura está en juego.
Esta Comisión le exigió al gobierno asegurar el territorio de los ayoreo a través de la titulación de las tierras y la obligación de no innovar en el territorio, algo que las empresas no están cumpliendo y el Estado no está controlando. El organismo internacional dejó claro que «estas comunidades están en una situación de gravedad y urgencia, como sus derechos a la supervivencia física y cultural, y los que están en aislamiento voluntario estarían amenazados y en grave riesgo». El escrito de la CIDH destaca también que aunque las tierras del Chaco son una reserva de la biosfera declarada en 2005 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), “no ha servido para protegerlas de la masiva deforestación”.
La justicia internacional pidió además la creación de un mecanismo destinado a evitar el ingreso de terceros en esos terrenos, algo que tampoco se ha cumplido. De nada sirve que los abogados de los ayoreo acudan a cada rato a poner denuncias ante la Fiscalía, que sus líderes viajen hasta Asunción y se reúnan con representantes del Gobierno paraguayo, ni que corten calles de las ciudades cercanas a sus comunidades, pues las máquinas topadoras siguen entrando en su territorio.
Las amenazas a su inmensa riqueza natural, compuesta por 53 diferentes sistemas ecológicos terrestres, más de 3.400 especies de plantas y árboles únicos (como el lapacho o el samu’u, conocido como palo borracho); 150 especies de mamíferos (doce de ellas únicas en el mundo) y animales como el mítico jaguar (yaguareté en guaraní, el mayor felino de América); sus cientos de especies de pájaros, insectos y otros animales que biólogos de todo el mundo se afanan por descubrir van en aumento en vez de reducirse, contando incluso con el apoyo decidido del actual gobierno del conservador Partido Colorado y su presidente, Mario Abdo Benítez, quienes pretenden instalar una nueva carretera que una Paraguay y Bolivia sin tener en cuenta el impacto ambiental en la región cercana a los ayoreo en aislamiento voluntario.
Pese a todo, los ayoreo siguen luchando. En 2019 lograron la titulación de 19.000 hectáreas de tierra, aún lejos de las 550.000 que necesitan titular para crear un cordón ambiental alrededor de los aislados. Tagüide asegura que no es solo por el bien de sus familiares, sino de todos:
—No es solo importante para nosotros, si no para la humanidad entera, si nosotros no cuidáramos los bosques ya no existirían.
Tagüide Picanerai es el único ayoreo que se ha instalado en Asunción y ha fungido como enlace oficial entre los ayoreo totobiegosode y las autoridades. Foto: Tagüide Picanerai.
Tagüide es un ejemplo de los muchos líderes clave y jóvenes dirigentes ayoreo que están logrando que la sociedad envolvente les reconozca sus derechos y se movilice junto a ellos para escucharlos y atender a sus demandas. Así ocurrió en 2015 cuando el gobierno de Cartes intentó promover una mina de rocas en el Cerro León, por primera vez la sociedad capitalina acompañó las manifestaciones ayoreo y juntos lograron detener (o retrasar) la prospección minera.
Ahora existe también un programa de radio ayoreo. Es una herramienta de hermandad y comunicación para todo el pueblo que ha servido de forma excelente en tiempos de covid-19, desmintiendo rumores y ofreciendo información útil a las comunidades. «Están expandiendo su voz y buscando la verdad con solidaridad», resume Lovera de Iniciativa Amotocodie.
Precisamente esta organización sin fines de lucro llevó a cabo hace unos quince años una de las iniciativas privadas más efectivas para la preservación del territorio ayoreo. Ante la inacción del Estado, decidió apoyar a los nativos buscando donantes en todo el mundo para adquirir parcelas de tierra ubicadas en su territorio ancestral. De esta forma, 25.000 hectáreas fueron adquiridas y tituladas a nombre del pueblo, las cuales siguen siendo amenazadas, hasta ahora, por los ganaderos vecinos que las miran con avidez. Esta medida es cada vez menos realizable por el aumento continuo de los precios del suelo debido a la alta especulación inmobiliaria en la región.
La pandemia ha llegado a Chaidí y ya recorre, silenciosa, el inmenso Chaco, a pesar del riguroso cumplimiento del aislamiento que han practicado sus integrantes, renunciando a los únicos ingresos económicos que tienen, generados en durísimos trabajos para las estancias vecinas.
—Por suerte estamos aislados de todo.
Concluye Tagüide por teléfono desde el Chaco y recuerda que lo que más les preocupa ahora no es el virus, sino el comienzo de la época en la que los ganaderos aprovechan para quemar sus pastos y extender los incendios en su zona.
Ojalá estuvieran verdaderamente aislados.