Una comadre en busca de justicia

Dominga Mora sobrevivió a la masacre de Marina Kue y vivió en la clandestinidad en medio de una lucha contra el cáncer. A su único hijo, Luciano, lo mataron. Pidió justicia hasta su muerte.

Dominga Mora hacía las tortas de cumpleaños más ricas de la zona de Curuguaty. Tenía al menos 70 ahijados y ahijadas, que la llamaban Maína. El 15 de junio de 2012 se levantó temprano, antes que el sol saliera. Vistió pantalones y camisa mangas largas para protegerse la piel en la chacra. Dio de comer a los chanchos, patos y  pollos. Su hijo Luciano le dio un machetillo y le rogó que se marchara hacia el bosque, pero ella se negó. Quiso quedarse junto a su hijo, y pronto se le perdió de vista.

Dominga contó que no tenía miedo, porque tenía los documentos de que las tierras de Marina Kue eran tierras públicas. Estaba segura de que vendría una comitiva de desalojo –como las otras tres veces en un solo año– le mostrarían los documentos y se irían. Sin heridos ni violencia. De pronto, recuerda que a lo lejos vio un pelotón de 300 policías y el helicóptero sobrevolando bajo.  

Dominga acomodó ropa en un bolso y once millones de guaraníes que guardaba para construir su casa una vez titulada la tierra. Pero ese día en Marina Kue marcó la historia de su país. Dominga y otras diez mujeres estuvieron presentes en el escenario de una masacre que costó la vida a 17 personas: once campesinos y seis policías. Su único hijo, Luciano Ortega, se convirtió en la víctima más joven de la masacre con 18 años. 

En medio de la balacera inesperada y la desesperación, su marido Roberto y su hijo corrieron en distintas direcciones. Ella fue con las mujeres. Blanca Vera, otra de las mujeres que estuvo con Dominga recuerda: “No sabemos de dónde sacamos la fuerza. Hubo momentos en que arrastramos heridos y también a Dominga que todo el tiempo quería volver por su hijo. Cruzamos un arroyo y unas zanjas, la llevé al hombro y caímos al arroyo en medio de la oscuridad”.  Dominga llevaba en manos el machetillo que sirvió para hacer picadas en medio del monte.

Eran unas diez mujeres y pudieron salir antes del anochecer.  El acuerdo de la familia de Dominga era encontrarse en la casa del hermano de Roberto en Yvypytã. Primero llegó ella, al caer la noche llegó Roberto. Luciano no llegó nunca.

Dominga supo después que su hijo fue ejecutado porque había vuelto al lugar para buscarla a ella. Otros testigos cuentan que estuvo escondido en una zanja con piedras durante toda la balacera y había escrito “Marina Kue, Pueblo Mba’e”. Marina Kue es del pueblo. 

Cuando pasó la balacera, quiso buscar a su madre pero encontró la muerte.

Sin casa ni lugar donde velar el cuerpo de su hijo. Sin dinero, porque se le quedó en la carpa el bolso de ropa con dinero. El nombre de su marido, Roberto, se incluyó entre los buscados por la Policía ese mismo día. Dominga solo pudo despedir a su hijo en una ceremonia rápida, porque había once muertos que enterrar y muchísimos desaparecidos, heridos a socorrer, imputados que cuidar.

“Entregaron su cuerpo en un cajón cerrado y así se le enterró. Una de las promesas que nos hicimos con Dominga es lograr que la justicia investigue cómo murió. El juicio sólo fue por la muerte de los policías. No se investigaron los casos de los campesinos ejecutados”, cuenta Roberto.

Al día siguiente del entierro de Luciano, la Fiscalía ordenó la captura de Dominga Mora y de otras 67 personas, cuyos nombres estaban en una lista de un cuaderno mojado que la policía encontró en el lugar. Así pasó a vivir en la clandestinidad, igual que Roberto. Fueron a una comunidad rural de Repatriación en casa de una de sus comadres, a unos doscientos kilómetros de Marina Kue. Luego fueron a Ciudad del Este, en la frontera con Argentina y Brasil, a casa de otra ahijada. 

Dominga comenzaba a encontrarse mal físicamente, pero el dolor de la pérdida de su hijo era tan terrible que pensaba que era producto de la tristeza.  Pero Dominga Mora tenía cáncer.

Para el 15 de junio del 2013, por el primer aniversario de la Masacre de Curuguaty, los familiares de los once campesinos asesinados estaban dispuestos a reingresar al lugar del conflicto. Dominga llevaba un año sin dormir y quería volver con Roberto y estaba dispuesta a morir allí. Pero no pudo ir. Comenzó a sentirse muy mal y terminó en un hospital en Asunción. Una consulta a tiempo hubiera permitido un mejor tratamiento del cáncer, pero tenía un grado de avance importante. Fue sometida a una cirugía.

Dominga temblaba como una hoja y se quedó muda durante las dos semanas de recuperación. No habló porque compartía la sala con la esposa de un policía.  “Prefiero morir en cualquier lugar, menos en la cárcel”, dijo Dominga y fueron a Tacuapi, cerca de Marina Kue, a la casa de su comadre Tomasa. Allí había guardado el horno eléctrico con el que hacía las tortas de cumpleaños. Murió esperando que se aclare la muerte de Luciano. 

En enero de 2017, unas 25 mujeres fundaron el “Comité de Productoras Mujeres de Marina Kue María Dominga”,  en memoria de Dominga Mora. El comité busca ser un espacio de capacitación en oficios y proyectos productivos de agricultura para las mujeres de su comunidad.