#Transgresoras

Los riesgos de ir al baño en Paraguay

Para las mujeres trans, ocupar el espacio público es una batalla diaria.

Yo nunca me hice la pregunta ¿Qué lo que soy yo? Yo simplemente viví mi vida.

Pero desde que recuerdo, siempre me han querido «corregir».

En la escuela, me gustaba el guardapolvo. Pero mis padres me obligaban a vestir pantalón con camisa.

En el pesebre viviente, yo quería ser María, pero no me dejaron.

De a poco, empecé a encerrarme. Abandoné el colegio.

En los buses, risas y burlas eran comunes. Nadie se sentaba a mi lado.

A veces, ni siquiera me paraban los buses.

Cuando quería ir a baños públicos, me obligaban a ir al de varones. O me mentían, me decían que no podía entrar porque se estaban limpiando.

Ni salir a caminar con mi papá podía.

Mi autoestima cayó tan bajo. Me deprimí. Y a veces preferí morir a tener que aguantar todo eso

Entonces abandoné también el día, y me aferré a la noche

Caminaba, caminaba, caminaba en la oscuridad, creyendo que así nadie me vería

Una noche, una travesti me miró y me llamó. «Pss, pss, vení un poco»

Empecé a trabajar en la calle, y luego detrás de un shopping. La calle se convirtió en mi modo de sobrevivir y en mi territorio.

Allí conocí a mis primeras compañeras. 60% de ellas no eran de la capital. Abandonaron el campo y la agricultura para batallar en la ciudad.

Las personas no solo migran por razones económicas a la ciudad. La discriminación sexual también las aleja de sus comunidades.

Nunca fue fácil. La policía era nuestro principal enemigo. Son como proxenetas. Le cobraban coimas a nuestros clientes. Los chantajeaban.

La policía nos asediaba con total impunidad, pero ¿qué podía esperar?

Desde 1989, fueron asesinadas 58 compañeras trans, pero nadie fue a la cárcel por sus muertes. Aquí no hay justicia.

También la Municipalidad intentó mudarnos a otro lugar. Pero no lo lograron. Resistimos, y así conocí el poder de la organización.

Las cosas realmente empezaron a mejorar para mi cuando me uní al activismo. Ésa fue mi salvación

Viajé a Europa por mi militancia. Me sorprendió mucho que ahí la gente no me miraba.

Podía caminar con tranquilidad.

Volví al colegio. Esta vez me respetaban porque gracias a mi activismo, me escucharon hablar varias veces en radio y tele.

Me animé a votar. Nunca lo había hecho. Para mi era un horror formar fila, porque todos me miraban.

Pero en el 2008 decidí hacerlo porque quería ver un cambio.

Me compré una motito para andar por la ciudad.

Fui al cine por primera vez para ver Las Herederas, una película sobre una pareja de lesbianas.

Fui porque me invitaron al estreno y disfruté de la película.

Pero aún no me animo a andar en colectivo. Y a veces, prefiero esperar a llegar a mi casa que pedir permiso para ir al baño.

Paraguay sigue siendo de los pocos países de nuestra región sin una ley contra toda forma de discriminación.

Pero la luz se cuela hasta en los lugares menos sospechados. Ahora ya no me escondo del día.

texto de jazmín acuña · basado en relato de yren rotela ·  ilustración de robert báez