Soberanas

Las mujeres que no pueden parar

Cinco mujeres cuentan cómo viven el desafío de trabajar y criar en un país que no tiene una política nacional de cuidados.

Reportaje Jazmín Acuña Romina Cáceres · Edición Juan Heilborn · Ilustración Lorena Barrios · Fotografía Nicolás Granada ·

Nani Elías no puede hacer la entrevista un jueves. Ese día solo tiene tres horas para atender y compartir con su bebé. Viernes le queda mejor porque al mediodía sale del colegio privado de Asunción donde trabaja como coordinadora de nivel primario, lo que le da más tiempo para charlar con calma. Elu, que tiene casi dos años, duerme su siesta mientras Nani prepara un tereré. «Te juro, yo soy su manager», dice y se ríe. A sus 33 años, incluso cuando está trabajando fuera de la casa, gran parte de su tiempo lo destina a gestionar el cuidado de su primer hijo. 

No está sola. 

Además de su marido, Nani Elías –como tantas otras madres– se apoya en una red que acompaña muy de cerca la crianza: Guada Espínola, la niñera, y las abuelas Yaya y Memé. Nani se reconoce mucho más privilegiada que otras mujeres, pero también siente el cansancio que implica trabajar y cuidar de un niño que depende enteramente de otras personas para crecer. Horas y horas dedicadas a las tareas más vitales: preparar su comida, darle de comer, bañarlo, vestirlo, hacerle dormir, repetir todo de vuelta. Horas y horas que sumadas y divididas entre la población, revelan que las mujeres invierten mucho más tiempo que los varones al cuidado. Y por esto nadie les paga. 

Un estudio de Oxfam calcula que si las tareas como atender a niños en el hogar tuvieran valor económico, triplicarían el tamaño de la industria mundial de la tecnología. Para medir esto, la organización utilizó las encuestas de uso de tiempo de los países que muestran cómo hombres y mujeres distribuyen su tiempo entre el trabajo remunerado y actividades no remuneradas, como cuidar. En Paraguay, la primera encuesta de este tipo se hizo en 2016 y no dejó lugar para dudas. Las mujeres dedican a las tareas domésticas 18 horas en promedio por semana. Los hombres 5. Al cuidado de otros miembros de sus hogares ellas destinan 13 horas semanales, mientras los varones un promedio de 8.

Cuando Elu se despierta de su siesta, Nani Elías aprovecha para jugar con él. Son tres horas las que le quedan para compartir con su hijo luego de volver del colegio donde trabaja. «Ese tiempo es importantísimo para mí.» 

«Es la doble o triple jornada», explica Myrian González Vera, investigadora del Centro de Documentación y Estudios. Se refiere al fenómeno que se dio desde que las mujeres lograron salir de sus casas y mantener un oficio. Aunque la prohibición social y legal para trabajar y ganar un salario se levantó, «la responsabilidad sobre el trabajo doméstico y de cuidado nunca cambió». 

«8 horas de trabajo. 8 horas de descanso. 8 horas de recreación» fue el eslogan que movilizó a trabajadores en el siglo XIX para frenar los abusos en las fábricas donde podían trabajar hasta 16 horas diarias. El problema de ese eslogan está en lo que no cuenta: el tiempo dedicado a tareas en el hogar y atención a sus miembros como niños o abuelas. Alguien debe destinar su tiempo a todo eso. Y ese alguien es casi siempre una mujer. 

Hoy una trabajadora cumple jornadas laborales de ocho o más horas –en las que puede enfrentarse a situaciones de explotación, precarización y acoso– sólo para llegar a su casa y empezar otro ciclo de trabajo menos visibilizado y celebrado que se complica aún más cuando se suman los hijos. Esto último obliga a muchas mujeres a abandonar sus estudios, sus carreras profesionales o disminuir el tiempo de trabajo remunerado para poder ocuparse de su maternidad. Según la OIT, hay una  diferencia de casi 17% entre las remuneraciones de las mujeres que son madres y las que no lo son.

Una guardería en el trabajo 

Felicita González se siente privilegiada de poder dejar a Dana, su bebé de seis meses y tercer hijo, en el parvulario de Laboratorios Lasca mientras ella trabaja en la planta industrial como analista de materia prima. No había guardería en la cadena de  farmacias donde trabajaba antes. Su hermana cuidaba de sus otros dos hijos cuando eran pequeños.

«Ahora estoy super tranquila. Sé que Dana está bien cuidada porque vengo, veo como se le atiende, le puedo dar el pecho». La bebé tira al piso un pescadito de goma. Le están saliendo los primeros dientes, por eso se inquieta más de lo habitual. 

El parvulario de Lasca es una de las contadas guarderías en el país que están instaladas en el predio de la empresa, tal como debería ser según lo establecido en un artículo del Código Laboral que podría pasar desapercibido si no significase un apoyo revolucionario para madres y padres trabajadores: el artículo 134. Esta normativa obliga a establecimientos industriales o comerciales donde trabajan más de 50 empleados de uno u otro sexo a habilitar salas o guarderías para niños menores de dos años.

Por la guardería de Lasca ya pasaron más de 300 bebés desde su habilitación en 1989. Lo cuenta la enfermera María Luisa Rolón, una de las «tías» como le llaman a las profesionales que cuidan a los niños y niñas ahí. Su hija mayor, que ahora tiene 21 años, también pasó de pequeña por ese lugar. Tiene capacidad para 15 bebés y está abierto desde las cinco de las mañana hasta las seis de la tarde, de lunes a viernes para recibir a los hijos de trabajadoras como Felicita González.

Felicita González trabaja en Lasca como analista de materia prima. Trae a Dana, su bebé, al parvulario de la empresa a las 07:00 y la retira a las 17:30 al terminar su turno. El espacio es uno de los pocos que se ajusta a lo establecido en el artículo 134 del Código Laboral. 

«Yo te voy a hablar desde mi punto de vista como mamá antes que como profesional», dice María Luisa Rolón con tono pausado y su mirada risueña. «Las madres se quedan tranquilas. Saben que sus hijos se quedan con nosotras, en buenas manos. Ellas vienen a verle en su hora de almuerzo y los chicos que maman tienen los 90 minutos diarios de la ley». Además de la sala de lactancia, el parvulario tiene cunas, una sala de juegos, una cocina y un consultorio donde hay médicos que atienden dos veces por semana. 

Esta situación dista de ser el cotidiano para las mujeres. Para la gran mayoría de trabajadoras en el país, el artículo 134 del Código Laboral no es más que letra muerta. 

«Nosotras no conocemos el descanso»

Nani Elías se enteró que iba a ser mamá trabajando para otro colegio privado donde ocupaba el cargo de directora. No había una guardería habilitada formalmente dentro de su trabajo, pero contaban con un espacio improvisado donde podían llevar a sus bebés. 

No sabe qué hubiera hecho sin un espacio así para Elu. «Podía darle de mamar y estar con él en ese lugar. Después me costaba dejarlo y volver al trabajo, que era muy exigente por mi posición en el colegio. Lidiar con los padres de estudiantes no es fácil», dice y ceba otra ronda de tereré. 

Guada Espínola, la niñera, se quedaba con Elu en la sala todo el tiempo que su mamá no podía acompañarlo. También habían otros bebés al cuidado de sus propias niñeras. El colegio no pagaba a las personas dedicadas a la atención de los hijos pequeños de sus trabajadoras. Ellas se hacían cargo de todos los costos. 

El Ministerio del Trabajo no puede decir cuáles son las empresas que incumplen el artículo 134 del Código Laboral porque no saben. Con 21 fiscalizadores encargados de verificar el cumplimiento de todas las normas laborales en el territorio nacional, apenas pueden responder a algunas denuncias que acercan los trabajadores. En un documento publicado en 2019, el Ministerio identificó más de 2.000 empresas públicas y privadas que tienen en sus planteles al menos 50 trabajadores y trabajadoras.

Pero las tareas de cuidado no pueden esperar a que se cumplan las normas, tampoco la necesidad de sobrevivir. Diversas mujeres en todas las clases sociales se han organizado desde siempre para gestionar la crianza mientras siguen trabajando. 

«Nosotras no conocemos el descanso», dice Helena Amarilla, trabajadora del Mercado 4 desde los siete años. Su único hijo de dos años va a la guardería municipal del mercado, donde Helena sabe que está bien cuidado. «¿El papá? Si te he visto, no me acuerdo», comenta entre risas. 

«Nosotras no conocemos el descanso», dice Helena Amarilla desde su puesto de frutas en el Mercado 4, el mercado popular más grande de Asunción. Es morena, tiene un pelo negrísimo y las cejas tupidas. Como su mamá, es madre soltera y no conoce de permisos de maternidad, seguro social ni, mucho menos, vacaciones. Ella depende de lo que gana en el día. Su jornada comienza a las tres de la mañana y termina a las seis de la tarde, de lunes a sábado, aunque el último día comienza más tarde. Se queja por la poca venta. 

A sus 42 años, tiene un único hijo de dos años y seis meses, Maximiliano, quien ya conoce el mercado, porque va a la guardería municipal ubicada en el mismo edificio sobre la avenida Pettirossi. «La guardería me ayudó bastante», dice Helena Amarilla. «Ellos vieron como yo le daba de mamar a mi bebé en el frío. Por eso me ofrecieron la ayuda. Sé que mi hijo está protegido ahí adentro y en cualquier momento puedo ir a verle».

El lugar funciona hace 50 años para recibir a los hijos de las trabajadoras del mercado desde los un año y dos meses hasta los cuatro años. Nilda Mellid, directora de Niñez y Adolescencia de la Municipalidad de Asunción, cuenta que la guardería recibirá un total de 60 niños y niñas de marzo a diciembre. Chicos como Maximiliano, el hijo de Helena, entrarán a las siete de la mañana y se podrán quedar allí hasta las cuatro de la tarde, dependiendo de la necesidad de la madre. Tendrán desayuno, almuerzo y merienda que se preparan bajo el control de una nutricionista. En cada una de las cuatro salas de la guardería habrá una parvularia y dos ayudantes. Se sumará un equipo médico conformado por una pediatra, una enfermera y una fonoaudióloga, además de un guardia de seguridad y las personas encargadas de la limpieza del espacio. 

Si bien la guardería se sostiene con recursos de la municipalidad, las madres pagan 1.950 guaraníes por día. Esto equivale a menos de 10.000 guaraníes (1,3 dólares) por cinco días a la semana. Para Ana Peralta ese monto representa la oportunidad de poder ir a la universidad. 

Tiene 20 años y trabaja con su mamá en uno de los comedores del mercado desde las siete de la mañana hasta la tarde. En ese tiempo manda a su hijo Moisés, de dos años, a la guardería municipal donde ella también fue de niña. Si tuviera que enviarlo a una guardería privada, gastaría alrededor de 350.000 guaraníes al mes, algo así como 60 dólares. Pero el dinero que logra ahorrar lo usa para estudiar contabilidad durante las noches en una universidad de Loma Pytá. En esas horas Derlis, el padre de Moisés, se queda con él para cuidarlo. Ana Peralta asegura que el papá «le cumple todo».

Ana Peralta trabaja con su mamá en uno de los comedores del Mercado 4. Ella se crió en la guardería, el mismo lugar al que ahora asiste Moisés, su hijo de dos años. Sin ese espacio, asegura que no podría ir a la universidad. 

Hacia una política nacional de cuidados

Uno de los objetivos principales del Sistema Nacional de Cuidados (SNC) de Uruguay es modificar la actual división sexual del trabajo, promoviendo la responsabilidad compartida del cuidado entre hombres y mujeres. Este Sistema nació con una ley en 2015 que reconoce que niñas y niños, personas con discapacidad y personas mayores en situación de dependencia tienen derecho a ser cuidadas. Además, reconoce la labor de las personas que realizan tareas de cuidado. 

Con su programa de asistentes personales, aquellos que cuidan reciben un sueldo formal del Estado. En una entrevista para Revista Anfibia, el secretario del SNC, Julio Bango, no se reserva adjetivos para describir a este programa: «Es una revolución y lo digo sin temor a la palabra». 

Desde hace casi una década, el Estado paraguayo y la sociedad civil trabajan en el diseño de una política similar a la uruguaya. En junio de 2019, el Ministerio de la Mujer hizo público un documento marco para la elaboración de una política nacional de cuidados que plasma los años de discusiones. 

Ampliación de permisos de maternidad, paternidad y lactancia; centros públicos de cuidado a niños de dos a cuatro años para familias pobres; flexibilidad horaria para trabajadores para articular mejor el ámbito familiar y laboral; y mayor fiscalización en empresas sobre el cumplimiento de normas como las guarderías en el trabajo, son algunas de las propuestas en cuanto a cuidado de niños y niñas que contiene el documento. El espíritu de la política representaría un cambio de paradigma. Del modelo actual de sobrecarga de los trabajos de cuidado en las mujeres, se propone evolucionar hacia un modelo de «corresponsabilidad entre familias, Estado, mercado y comunidad, así como entre varones y mujeres». Sería el reconocimiento oficial de que no hay nada de natural en el arreglo social que deposita sobre ellas todo el mandato de cuidar. 

La jefa de Políticas de Cuidados del Ministerio de la Mujer, Rossana Santander, cuenta que el documento marco se presentará al Congreso como anteproyecto de ley de la Política Nacional de Cuidados. Piensan hacerlo en diciembre de 2020. Hasta entonces, la espera es un lujo que no se pueden dar las mujeres que no tienen tiempo de parar. 

María Luisa Rolón es una de las tres «tías» que cuidan a las niñas y niños del parvulario de Laboratorios Lasca. Dice que es la «abuela postiza» de los más de 300 bebés que pasaron por ahí en 30 años.