La terapia que me cambió la vida

Le preguntamos a la audiencia de El Surti sus experiencias haciendo terapia.

Dos o más personas se encuentran en una sala, presencial o virtual, y hablan, cada semana, por una cantidad acordada de tiempo. En algún momento, una de ellas atraviesa la puerta o cierra la videollamada siendo una persona diferente.

Ya no está hundida en el dolor, cercenada por el miedo o apesadumbrada por la desesperanza.

De las más de 400 psicoterapias documentadas, incluso a veces se encuentran métodos que se contraponen. Algunas psicoterapias ven a las emociones como algo que debe expresarse para ser trabajado. Otras como algo a ser comprendido y regulado. Hay terapias individuales y hay terapias comunitarias.

Mientras las razones de por qué funciona se siguen conversando, de cómo en colaboración con un o una profesional usamos nuestras mentes para cambiar el funcionamiento de nuestros cerebros, y el impacto específico del tipo de relación que se crea entre quien la provee y quien la recibe, la evidencia científica es abrumadora en algo: la psicoterapia funciona.

Por eso le pedimos a la audiencia de El Surti que nos describiera de qué manera hacer terapia les cambió la vida:

«Yo me llevaba el mundo por delante. Ahora, cuando estoy muy mal, ya trato de analizar la situación. Tengo más control. Siento que puedo tomar las riendas de mi caballo».

Maya Riquelme, dos años y medio en terapia

«Antes era una tormenta con granizo. Ahora sería una lluvia más tranquila. La terapia me dio un mejor paraguas. Me ayudó a ver el tiempo de una manera más saludable».

Manolo Romero, dos años en terapia

Persisten prejuicios sobre la psicoterapia. Desde que es un gasto innecesario ante otros de salud, que no sirve, que es solo para personas con trastornos graves o que el problema es la falta de espiritualidad, etcétera.

«Antes simulaba ser una persona fuerte y segura ante los demás. Pero por dentro se sentía una persona extremadamente miedosa. Ahora puedo ser solamente una persona. Sin fingir».

Alejandro Britez, 10 meses en terapia

Pero sí es cierto que en Paraguay hay razones justificadas para no ir. La cobertura de salud mental pública es limitada, concentrada en Gran Asunción y cabeceras departamentales. Y en la mayoría de los casos queda fuera de los programas de salud pre-paga.

También, muchas personas, en especial mujeres y LGBTI+ han tenido malas experiencias con psicoterapeutas que imponen sus creencias religiosas en la práctica profesional, una peligrosa mirada incluso refrendada desde el Ministerio de Educación.

La Ley de Salud Mental, varada en el Congreso desde 2018, contempla prohibir diagnósticos fundados en prejuicios religiosos o sobre orientación sexual, garantizar presupuesto público y terapias basadas en evidencia.

Razones sobran para exigir un acceso digno a psicoterapias: el corte abrupto a nuestras vidas que significó la pandemia. Estar aislados de los afectos. Perder el trabajo. No saber qué pasará mañana. El miedo a enfermarse en el país de las polladas para la salud. El insomnio y tecnoestrés. La angustia ante el prospecto de vivir en la crisis ambiental.

Por estas y más razones, el acceso a terapia debería ser un derecho, porque funciona y el país lo necesita.