Futuros

Un hombre que fundó su pueblo y lucha contra el destierro

La vida en Yby Pytã de una familia de tres generaciones de ocupantes que sobreviven a la tragedia.

Reportaje Flavia Borja Nadia Gómez ·

Mariano Castro construyó con sus propias manos el rancho donde hoy vive con su familia. Así lo hizo su padre antes que él, y también lo hicieron sus hijos. Tres generaciones que accedieron a la tierra ocupándola para trabajarla.

El padre de Mariano, Enrique Castro, dejó su hogar en Caacupé cuando él tenía dos o tres años, en busca de una parcela para cultivar, para así mantener a él y a sus hermanos.

El campesinado se refiere a «tierras malhabidas» a las que fueron adjudicadas de forma irregular a amigos del dictador Stroessner, de 1954 a 1989. La Comisión de Verdad y Justicia estima que hay en esa situación 8 millones de hectáreas, la superficie de Panamá.

Mariano cuenta que a la hora de construir el asentamiento donde vive actualmente, le sirvió mucho su paso por el Servicio Militar Obligatorio, porque conocía el manejo de los militares que amenazaban con desalojos.

Mariano Castro cosecha, además de mandioca y poroto, seis toneladas de maíz que guarda en un depósito.

Medir, carpir, cortar, arar. Las mandarinas marcan las líneas de mandioca en el terreno ya preparado para el cultivo.

Los zapallos de 14 kilogramos que Mariano no quiso vender a un intermediario que ofreció medio dólar por cada uno. Él quería el doble.

Mariano construyó una pequeña casa, con paredes de carrizo (tacuara) y techo de tablitas que él mismo cortó.

Los hijos de Mariano y Élida buscaron tierra bajo las mismas premisas que sus padres. Ellos eligieron Marina Kue, un terreno del Estado cercano. Sin embargo, en junio de 2012 en un desalojo irregular, murieron 11 campesinos y 6 policías. Entre ellos, Adolfo, uno de sus hijos.

Mariano tiene cabras, cerdos y gallinas en su casa. Los mismos son fuente de alimento y de renta para su familia.

Élida Benítez ordeña una de las nueve vacas que le quedó a la familia después de que Mariano haya vendido casi todas para costear gastos médicos y legales de sus hijos sobrevivientes de la masacre de Curuguaty.

Mariano Castro arrancando mandarinas de una de las decenas de plantas que tiene en su casa. Las ofrece a todos los visitantes que llegan hasta ella.

Para Mariano la tierra es de quien la trabaja, y para trabajarla primero hay que ocuparla.

Rodolfo, uno de los hijos de Mariano y Élida, tiene una familia y para proveerles quiere un pedazo de tierra con su nombre.

Hijos y nietos de Mariano Castro en Marina Kue, un sábado a la tarde luego de una reunión de los nuevos pobladores del asentamiento.

«No hay asentamiento o comunidad en este país que haya nacido sin una ocupación previa», dice Perla Álvarez, campesina integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri).

En abril de 1996, Mariano y sus compañeros comenzaban la ocupación de Alemán Kué, un terreno de un poco más de mil hectáreas. Ese mismo año tres mil familias brasileras ocupaban ochenta mil hectáreas del aserradero Araupel.

Mariano se levanta todos los días a las cuatro y media de la mañana, va a la chacra donde permanece hasta que el sol se esconde de nuevo; donde lucha hace más de dos décadas contra el destierro.

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