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El fraude de las élites

Más allá de la denuncia de un supuesto fraude electoral, el populismo digital logra movilizar la rabia contra la clase dominante

Jazmín Acuña

Una joven rompe en llanto frente a las cámaras de celulares que la están grabando. De fondo se ve el Obelisco. Es Buenos Aires, pero las banderas indican que la manifestación es de la colectividad de paraguayos y paraguayas migrantes. “Yo vine acá, dejé a mi mamá, a mi papá, a mi abuelo. Argentina me dio lo que Paraguay no me pudo dar. ¿Y por qué eso? Porque mi país es un desastre, la corrupción es una porquería”, dice la joven en guaraní. Un compatriota pide a los demás que la contengan. “Hace ocho días tuvo una pérdida de familia porque no había insumos. Murió su papá”, avisa en voz alta. El rostro acongojado de la manifestante se pierde entre abrazos. La gente está ahí para denunciar un supuesto fraude electoral contra Paraguayo Cubas, pero la escena revela que se movilizan por razones más profundas. 

Imágenes así se repitieron en distintos puntos del país desde el lunes 1 de mayo, cuando los resultados electorales empezaron a calar en la gente y no tardaron en circular por grupos de WhatsApp vídeos con supuesta evidencia de fraude electoral. Pero si creemos que a los seguidores de este personaje peligroso los moviliza sólo la creencia de que el voto popular fue robado en las últimas elecciones, no estamos prestando suficiente atención. Basta con ver un par de videos y unirse a los lives en Facebook o TikTok de sus adherentes para entender que la narrativa del fraude es apenas un condimento de la movilización. Debajo de eso hay un profundo dolor de pueblo, un hartazgo con la injusticia social y ansias de participar y de ser escuchados. 

Paraguayo Cubas logró conectar con miles aplicando populismo digital, una manera de hacer política que, según la periodista brasileña Natalia Viana, consiste en enunciar los discursos más estridentes para lograr amplificación en redes sociales. El modelo de negocio de las plataformas están diseñadas para premiar este tipo de intervenciones. Cubas parece haberlo entendido a la perfección, tal como lo entendieron Trump, Bolsonaro y Bukele, por citar algunos. Pero más allá de sus repudiables declaraciones, como su transparente deseo de instalar una dictadura, Cubas se ganó la adhesión de multitudes de campesinos, jornaleros, desempleadas, deliveries, choferes de plataformas y migrantes  con promesas tan sensatas como desaforadas e inaplicables. 

En uno de sus mítines de campaña en Coronel Oviedo, en un lugar que parece una plaza, un joven de la multitud toma la palabra y le pregunta a Cubas cómo va a ser el Paraguay cuando sea presidente. El candidato de Cruzada Nacional responde a su modo, de forma desordenada, pero sin dejar de cautivar a su audiencia: los paraguayos ya no tendrán que viajar tres horas en colectivo; la tecnología estará al servicio de aliviar la carga laboral; se hará una Constituyente y la gente podrá elegir a los jueces de la Corte Suprema; el Poder Ejecutivo se mudará a Pozo Colorado, el Judicial al norte del país, el Legislativo a Coronel Oviedo, “ que esté cerca de la gente”. El joven de la pregunta interrumpe a Payo desde el público para completar su intervención: “Ya no van tener que ir a España a trabajar, ni a Argentina ni a Brasil”. 

Si nos quedamos con las barbaridades que dice el ex senador y que sí llegan a los titulares de la prensa masiva, nos perdemos de todo el panorama. Más que escucharlo a él, debemos escuchar a la gente que lo sigue y dejarnos interpelar por sus demandas. El momento antisistema que se vive en el mundo −ese rechazo al orden establecido que han sabido capitalizar líderes antidemocráticos− llegaría a Paraguay tarde o temprano.

Un porcentaje importante de la población dejó de creer que las opciones políticas que ofrecen las élites del país puedan resolver sus problemas. El modelo prebendario colorado ya no alcanza y las promesas de meritocracia de la Concertación no pudieron convencer a quienes ya saben que el éxito −en el neoliberalismo− está reservado para pocos. Estas personas no distinguen la diferencia entre la ANR, el PLRA y sus líderes. Ven a los medios de comunicación tradicionales como cómplices. Perciben un pacto para el cual son “el soberano” o “la ciudadanía” solo si se movilizan para mantener en el poder a los de siempre. Ni bien dejan de ser útiles al status quo, son criminalizados o quedan una vez más a su suerte. Hoy, con cámaras en mano y lives en TikTok, se rebelan a ese destino. 

Este es un artículo de opinión de Jazmín Acuña, co-fundadora y directora editorial de El Surti.

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