Un primero de marzo frente al Panteón de los Héroes, Agripina Portillo esperó a Alfredo Stroessner con una bomba. Rezó y se encomendó a Dios para que le permita concretar su misión fatal. Pero aquello no ocurrió.
Nacida durante la Guerra del Chaco, trabajó años en un convento en Argentina. Volvió a Paraguay mientras el país atravesaba una de las más crueles dictaduras de Latinoamérica. Se involucró con la oposición que activaba en la clandestinidad para defender la soberanía de Itaipú. Sobrevivió a la prisión y la tortura. Hoy, muchos años después, piensa que la muerte del dictador no hubiese salvado al Paraguay de la opresión. Cree que tampoco se ha liberado aún.
«Yo ya hablé con mi Dios, al tirar esa bomba yo tenía que morir con Stroessner.»