Soberanas

La cadena de cuidados que permite a las madres estudiar

Miles de mujeres quieren ir a la universidad, pero se necesitan unas a otras en un sistema que las discrimina si cumplen con el rol más glorificado del Paraguay.

Reportaje Maximiliano Manzoni · Edición Jazmín Acuña · Fotografía Juan Carlos Meza/Fotociclo ·

A Clara Guillén le negaron rendir un examen en la carrera de Derecho porque llevó a su hija pequeña a la facultad. «Venga a estudiar cuando termine de criar a sus hijos», le dijo Concepción Sánchez, profesora de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Era mayo de 2016. Bethania Ruiz Díaz, estudiante de la misma facultad, corrió similar suerte cuando fue a clases acompañada de su bebé de meses en febrero de este año. María del Mar Pereira, la docente que la echó, le dijo que el sitio «no es una guardería sino una universidad» y que busque con quién dejar a su hijo. «Yo no pude contestar porque me dejó atónita, me sentí impotente y menospreciada», dice Ruiz Díaz.

Aunque las docentes fueron apartadas de sus cargos cuando los casos se hicieron públicos, Guillén y Ruiz Díaz, como muchas otras madres universitarias, se enfrentan cotidianamente a un sistema que vanagloria a las madres, pero que es hostil con las que quieren estudiar.

Lo sucedido con las dos estudiantes madres hizo que el centro de estudiantes (CE) de su facultad impulse la creación de una guardería. Pero el proyecto no prosperó. Según Alejandro Koopmann, miembro del CE, la propuesta fue eliminada cuando el presidente Horacio Cartes vetó la ampliación presupuestaria necesaria, junto con todo el resto del presupuesto general de 2017.

La cada vez más amplia participación de las mujeres en el mercado laboral en toda Latinoamérica no ha cambiado una situación: el rol de cuidado de los hijos y las actividades de hogar —históricamente asignado a ellas— sigue siendo suyo. Cuando no son las madres, son las abuelas, tías o hermanas las que ejercen lo que se conoce como «trabajo no remunerado».

Las paraguayas dedican más de la mitad de su tiempo a este tipo de trabajo, según una encuesta de uso de tiempo de la Dirección General de Estadísticas, Encuestas y Censos (DGEEC). Más del doble de horas que los varones, en general, o casi cuatro veces más en actividades domésticas. Estas brechas son mayores a las que tienen países como Argentina y Uruguay.

La creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral en toda Latinoamérica no ha cambiado una situación: el rol de cuidado de los hijos y las actividades de hogar, históricamente asignado a ellas, sigue siendo suyo.

«La ilusión de que el trabajo asalariado iba a liberar a las mujeres no se ha producido», dice en una entrevista Silvia Federici, escritora y activista feminista. «Ahora las mujeres tienen dos trabajos y mucho menos tiempo para, por ejemplo, luchar, participar en movimientos sociales o políticos”, afirma. O estudiar. A esta situación se la conoce también como «doble carga laboral». Mujeres que aparte de su trabajo y estudios tienen que atender la casa, cuidar a sus hijas, sobrinas, nietos.

Cristina Moreno Re, de 25 años, es estudiante de cuarto año en la carrera de Psicología de la UNA, vendedora en un shopping capitalino y madre de Gaspar de 5 años. «Cuidar hijos es un trabajo que cansa, un gasto de energía», dice. Pero a los ojos de sus compañeros de trabajo, «las mujeres no nos podemos cansar de cuidar a nuestros hijos», cuenta Moreno.

Ella trabaja en promedio 42 horas a la semana, por lo que el cuidado de su hijo exige un intrincado cronograma que se reparten entre ella, el padre de Gaspar, de quien está separada, y, sobre todo, las casas de las abuelas paterna y materna. Ella se considera afortunada de todas formas. Desde que Gaspar va al preescolar, tiene un mejor horario para toda la familia, puesto que al menos Moreno puede acompañarlo todos los días a la escuela. Esta situación es un privilegio en Paraguay, donde solo tres de cada diez niños acceden a la educación preescolar.

Mientras intenta recibirse de psicóloga, Cristina Moreno Re (25) trabaja como vendedora en un shopping, que le exige estar fuera de su casa incluso los fines de semana.

Que Gaspar vaya al preescolar le permite también dedicarse a terminar su carrera. Pero en la Facultad de Filosofía de la UNA tampoco existen alternativas para las madres de hijos pequeños. «Los docentes generalmente permiten a los niños ingresar a las aulas. La exigencia de contar con guarderías se realiza todos los años pero alegan siempre que no contamos con presupuesto», dice Jazmín Coronel, vicepresidenta del centro de estudiantes de esa facultad. Aunque no existen datos sobre la cantidad de estudiantes que abandonan sus estudios debido a maternidad, Coronel afirma que son muchas las que lo hacen para cumplir con el rol de ser madres.

La situación de las madres estudiantes de universidades privadas no es diferente. Romina Moreno Re, de 24 años, hermana de Cristina, estudia Veterinaria en la Universidad Columbia. Fue a parir luego de haber rendido un examen. Tener a su hija Alicia le costó el derecho a prórroga a otras pruebas, algo que necesitaba debido a su maternidad. «Según ellos [las autoridades de su facultad], hice tarde el pedido”, cuenta.

Como Cristina, Romina Moreno también se sostiene en su madre para cuidar a su hija, que ahora tiene 1 año y ocho meses. «Mi mamá trabaja como vendedora. Es una de esas personas que hace esfuerzo por no enfermarse. Si ella o mi hermana no pueden, la cuida mi marido. Él está, pero no como yo estoy: 20 horas al día”, dice. La diferencia en cantidad de tiempo que le dedican mujeres y varones se ve reflejada hasta en los permisos laborales de maternidad y paternidad en Paraguay. Las madres tienen derecho a 18 semanas de permiso, mientras que los padres lo tienen para dos semanas.

Para cuando Romina Moreno Re (24) se convirtió en madre, ya tenía experiencia de sobra: había ayudado a su hermana cuidando de Gaspar, su sobrino, durante año.

Romina, que trabajaba en la producción de eventos sociales, por ahora solo estudia. La maternidad cambió también otros aspectos de su vida. «Ya no te invitan a salir. O te piden que vayas con tus hijos. Si salís sola te preguntan con quién los dejaste. Eso es algo que a los hombres no se les pregunta», dice. «Yo quiero fumar, por ejemplo. Y si estoy con mi hija no puedo».

Si el acceso a la educación preescolar es bajo, los servicios de cuidado infantil para la población de 0 a 4 años tienen cobertura limitada y son casi inexistentes. La Secretaría de la Niñez dice no disponer de datos al respecto.

En el Congreso se encuentra un proyecto de ley que fue presentado por el diputado Hugo Rubín a raíz de lo ocurrido en Derecho UNA. Este proyecto haría obligatorio el financiamiento público a guarderías en institutos de educación superior privados y públicos. Pero desde diciembre de 2016 está a espera de la aprobación de cinco comisiones de Diputados para ser tratado.

Ramona «Romy» Re de Moreno «es de las personas que hace esfuerzo por no enfermarse» dice Cristina, su hija. «Ella lleva la batuta en la casa.»

Como «la provisión de servicios de cuidado infantil no ha llegado a configurarse todavía como un derecho social», dice la socióloga Karina Batthyány, las mayores dificultades las encuentran mujeres de bajos y medianos ingresos, quienes al no poder acceder a estos servicios, deben decidir entre trabajar y estudiar, como Bethania Ruiz, o tienen que apoyarse en otras mujeres de la familia. Así lo hacen Cristina y Romina Moreno Re entre ellas. Con sus madres, con sus cuñadas, con sus suegras, van tejiendo una cadena de cuidados.

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