Soberanas

La emergencia de las mujeres

Diversas paraguayas se encuentran ante un problema común: la violencia cotidiana en el peor país para ser mujer en Sudamérica.

Reportaje María Domínguez Maximiliano Manzoni · Edición Jazmín Acuña · Fotografía Juan Carlos Meza - Fotociclo ·

Su trabajo mueve el mundo, dicen. «Si nosotras paramos, para todo». Con esta consigna se convocan al Paro Internacional de Mujeres este 8 de marzo para denunciar la violencia física, económica, verbal o moral que sufren. Paraguay se suma a este movimiento mundial con mujeres y colectivos de diferentes procedencias. Denuncian los feminicidios en el país, que ya son 11 en lo que va del año. Condenan los abusos sexuales a niñas y los embarazos forzosos. Se movilizan para denunciar que las campesinas e indígenas son discriminadas y expulsadas de sus tierras. Quieren que su trabajo sea valorado. Son mujeres como las ocho que presentamos en este fotorreportaje.1 Algunas se unirán al paro, otras no. Pero todas emergen ante los desafíos de vivir en Paraguay, el peor país para ser mujer en Sudamérica.

Belén Benítez (26) lucha por un protocolo contra la violencia de género en su universidad.

«Prefiero perder un día de clases y sumar derechos», dice Belén Benítez, que en un año debería dejar la Universidad Nacional de Asunción convertida en abogada. Con 26, es parte de un movimiento estudiantil feminista que debe su nombre a la primera abogada paraguaya: Serafina Dávalos. El 8 de marzo no irá a la facultad. Se suma al paro de mujeres para exigir una universidad más inclusiva. Cuenta que hay muchos más docentes varones que mujeres, algo que se repite fuera de la facultad en los magistrados y los puestos en la Corte Suprema de Justicia. Pero esto es solo una parte del problema. En el movimiento en el que milita, exige que la facultad incorpore un protocolo de prevención de la violencia sexual. «Quiero escuchar clases magistrales impartidas por docentes íntegros, no por profesores que hacen chistes que denigran, o que tienen prácticas nefastas que hieren a mis compañeras».

«Prefiero perder un día de clases y sumar derechos», dice una estudiante universitaria.

Cristel Pereira de Orué (30) tiene dos trabajos y un hijo que cuidar todos los días.

A sus 30 años, Cristel Pereira de Orué tiene un hijo de dos años, Maximiliano, una licenciatura en Comercio Internacional y dos trabajos. De lunes a viernes, desde las 8 y media, es encargada de ventas en el negocio familiar, una importadora de artículos de bazar. «Tengo la suerte de que puedo traer a mi hijo al trabajo», dice. Al terminar su jornada laboral a la tarde, se dedica a su empresa personal: vender brownies. Pereira continuará con todas sus tareas cotidianas el 8 de marzo. Pero si pudiera dejar de hacerlas, elegiría descansar. «Estoy despierta desde las 7 todos los días. Los fines de semana no son la excepción. Hace mucho tiempo, desde que nació mi hijo, que no duermo hasta tarde», dice. Si tuviera tiempo, retomaría sus clases de guitarra.

«Hace mucho tiempo, desde que nació mi hijo, que no duermo hasta tarde», dice una madre con dos trabajos.

María José Puerta (23) es cocinera y el 8 de marzo irá al paro para reclamar que se respete la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos.

María José Puerta (23) está acostumbrada a trabajar rodeada de varones. Es cocinera, y aunque en muchos hogares paraguayos son las mujeres quienes preparan las comidas, las empresas gastronómicas prefieren contratar a hombres. En su tiempo en el rubro, se ha visto obligada a «sacar una actitud más agresiva, por pura supervivencia». Cuenta que las mujeres se exponen a diez o más horas de trabajo arduo y a que las subestimen. Ha visto cómo compañeros sin experiencia ascendían antes que ella, o cómo sus jefes obligaban a las meseras a usar vestidos ajustados y a maquillarse para trabajar. «El uniforme de trabajo de las mujeres está hecho para que se vean sexys, no para que estén cómodas», dice. El día del paro, Puerta marchará sin remera para reclamar la libertad sobre su cuerpo.

«El uniforme de trabajo de las mujeres está hecho para que se vean sexys, no para que estén cómodas», dice una cocinera profesional.

Máxima Morel (67) es empleada doméstica. En Paraguay, las mujeres que se dedican a este oficio ganan, por ley, solo el 60 % del salario mínimo.

Máxima Morel es madre soltera de tres hijos. A sus 67 años, trabaja como empleada doméstica con retiro en la casa de Cristel Pereira. Ese ha sido uno de los tantos trabajos que ha tenido desde los 15, cuando tuvo su primer hijo. «La gente no suele valorar el trabajo de la empleada doméstica» dice. «Nosotras estamos todo el día, subiendo, bajando, sudando. No nos quedamos bajo el aire acondicionado». En un día distinto, uno en el cual no tuviese que viajar en bus una hora desde Luque a Asunción para llegar a su trabajo, donde no tuviera que limpiar, cocinar y lavar la ropa, le gustaría ir a visitar a sus hermanos. También vería otras maneras de conseguir dinero, como tener un puesto de comidas. «Mi sueño es tener algo mío», comenta. «Uno de los trabajos que tuve, durante muchos años, fue de cocinera en un restaurante. Ahí logré tener mi casa propia, que ahora me quitaron. Y cocinar es lo que me gusta, es lo que me sale». La ley en Paraguay establece que las empleadas domésticas ganen solo el 60 % del salario mínimo.

«La gente no suele valorar nuestro trabajo», cuenta una empleada doméstica.

Mónica Bareiro (29) se unirá al paro para exigir igualdad en los salarios entre hombres y mujeres.

Mónica Bareiro (29) sabe que el acoso y la discriminación hacia las periodistas llegan por tres frentes: los jefes, los colegas y los entrevistados. Hace 10 años que trabaja en un periódico local. «Tus jefes piensan que no vas a poder encargarte de una investigación, o que por ser mujer no vas a poder hacer determinadas coberturas sola. Tus entrevistados, si vas con un compañero varón, se dirigen solo a él, o te responden a vos como si fueras una niña», dice. El 8 de marzo parará junto con varias compañeras del diario. Exige igualdad en los salarios y en los ascensos laborales entre hombres y mujeres. El salario promedio de las mujeres en Paraguay corresponde al 75 % del ingreso que perciben los hombres.

«Tus jefes piensan que no vas a poder encargarte de una investigación, o que por ser mujer no vas a poder hacer determinadas coberturas sola», cuenta una periodista.

Alicia Amarilla (36) es campesina. En Latinoamérica, las mujeres producen el 80% de los alimentos, pero son dueñas de solo el 8% de las tierras.

A la abuela de Alicia Amarilla (36), el Partido Colorado le arrebató las tierras durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Se considera una «campesina desposeída». Hoy es parte de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), y se suma al paro internacional para que se reconozcan los trabajos que realizan las campesinas. «En el campo, la mujer alimenta a la familia. Cultiva poroto, mandioca; cuida animales domésticos para producir leche, queso, huevo. Pero todo ese aporte a la economía familiar no se visibiliza», dice. En Latinoamérica, las mujeres producen el 80% de los alimentos, pero son dueñas de solo el 8% de la tierra. Amarilla propone que el 8 de marzo dejen de cumplir uno de sus roles: que las campesinas no cocinen, que las indígenas no produzcan artesanías. Ella protestará contra el agronegocio que las obliga a migrar a las ciudades y las condena a la explotación laboral.

«En el campo, la mujer alimenta a la familia. Pero todo ese aporte a la economía familiar no se visibiliza», dice una campesina.

Mariana Sepúlveda (30) irá a paro el 8 de marzo con sus compañeras de la organización de los derechos de personas trans Panambi.

Mariana Sepúlveda sabe que las mujeres son diversas. Ella misma es una mujer trans de 30 años. «Nosotras somos mujeres porque nos identificamos con el género femenino, y construimos nuestra identidad con base en eso», dice. Cuando era trabajadora sexual, sufrió agresiones en la calle. Hoy forma parte de la organización Panambi, que defiende los derechos de personas travestis, transexuales y transgénero. A la marcha del 8 de marzo, Mariana irá con sus compañeras con el eslogan «Nos matan y nadie va preso». Desde la caída de la dictadura en 1989, los asesinatos documentados de personas trans son 38. Por relatos, se cuentan hasta 57. «Aunque la ley contra la violencia hacia las mujeres no nos proteja, estos son casos de feminicidio», dice.

«Nos matan y nadie va preso», cuenta una activista trans.

En la casa de Sara Ferreira (31) las mujeres se ocupan de las tareas domésticas, trabajo que no se reconoce como tal y no es remunerado.

La rutina de Sara Ferreira (31) incluye cuidar a su hija Alexia de 6 años, llevarla a la escuela, trabajar más de 8 horas diarias en una empresa de maquinarias industriales, ir a la universidad y, si el deber llama, apagar incendios con sus compañeros de la 2da. Compañía de Bomberos de Santísima Trinidad. Todo esto antes de pensar en tener tiempo libre. «Primero tengo que ver si mi hija necesita ayuda en las tareas escolares, o llevarla a algún lado», dice. En la casa que comparte con sus padres, las tareas se reparten entre las mujeres. «Mi mamá es la que se encarga desde ir al súper hasta de limpiar. Si ella no puede, lo hago yo, si no lo hace una prima o una hermana». Aunque hoy en día han aumentado su participación en el mercado, las mujeres siguen haciéndose cargo de las tareas de cuidado en el hogar, un trabajo que no solo no es remunerado, sino que siquiera es reconocido a veces como tal. Según datos oficiales, en Paraguay las mujeres ocupan el doble del tiempo que los varones en tareas no remuneradas.

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