Fotorreportaje

Rompan Filas

Las fotos de Jorge Sáenz sobre los abusos del Servicio Militar Obligatorio en Paraguay que cambiaron la historia.

Maximiliano Manzoni

Gerardo Vargas Areco había llegado tarde a la base de Villarrica, luego de su permiso de Navidad donde fue a la casa de su familia. Por eso lo arrestaron. Por eso se quiso escapar. Por eso un suboficial le disparó por la espalda. Era el 30 de diciembre de 1989. Cuando sus padres recibieron el ataúd, también recibieron la orden de que no lo abrieran. El cuerpo tenía rastros de tortura y señales de que intentaron quemarlo. El suboficial terminó absuelto. A su edad, Gerardo tenía que estar empezando el bachillerato. En su lugar, estaba haciendo el Servicio Militar Obligatorio. Tenía 15 años.

Areco no fue el único. Basilio Cáceres murió cuando un camarada de 15 años disparó su fusil por accidente. Feliciano Vera murió electrocutado cuando lo mandaron a arreglar algo en la casa de la hija de un coronel. Lo mismo se dijo de Ricardo García, que murió mientras trabajaba en una estancia privada de quien proveía carne a su cuartel. Pero su cuerpo estaba atravesado por tres balas. José Librado se suicidó. Un comisario lo torturaba y obligaba a trabajar en plantaciones de marihuana. Darío Vera perdió una pierna por los golpes que le dio un oficial. La gangrena lo mató. Tenía 17. Cristian Núñez y Marcelino Gómez fueron reclutados sin consentimiento de sus padres en Caaguazú. Los funcionarios alteraron sus edades en los documentos. Desaparecieron en 1998 mientras estaban en un destacamento militar del Chaco.

Estos son algunos de los 147 niños, adolescentes y jóvenes muertos en el Servicio Militar Obligatorio entre 1989 y el 2012 documentados por el Servicio Paz y Justicia Paraguay (Serpaj-py). La Asociación de Familiares de Víctimas del Servicio Militar Obligatorio habla de 153. Disparos accidentales entre camaradas, asesinatos por discusiones, muertes en medio de trabajos forzados o por la tortura de los castigos de los superiores son las palabras comunes en los casos donde al menos se pudo saber que pasó. Se logró averiguar la edad de 95 soldados. De ellos, 71 eran como Gerardo Vargas Areco: chicos entre 12 y 17 años que en vez de estar en la escuela murieron en el cuartel. Al menos 400 jóvenes quedaron con secuelas físicas o psicológicas de por vida. Hasta hoy, solo en 8 casos de los 147 muertos documentados alguien fue responsabilizado.

Mientras pasaban la mayoría de estas muertes, un fotógrafo era el primero en llegar a los actos militares en los cuarteles y el último en irse. Jorge Sáenz vino por su cuenta a Paraguay el 4 de febrero de 1989 para registrar lo que dejó el golpe que tumbó a Stroessner. Se encontró con un hospital militar lleno de chicos heridos. Saénz no podía dejar de sorprenderse que lo dejaran entrar a todos lados con la cámara. No estaba acostumbrado a la normalidad de encontrar niños trabajando en las calles asuncenas, mucho menos sosteniendo armas. Durante los próximos 7 años, mientras trabajaba para ABC Color y luego para Diario Noticias, Sáenz documentaría a los niños de Paraguay. En especial, a los soldaditos.

Infantes realizando entrenamientos en RI 14 de Tacumbú, 1990.

Artilleros en ejercicio, Paraguarí 1990.

Soldados del Regimiento Guardia Presidencial en el desfile militar del 15 de mayo de 1992.

Almuerzo de locro en el Regimiento Guardia Presidencial, Asunción 1990.

Miembros de los cuerpos especiales del CIMEFOR realizan exhibición en la Caballería, Asunción 1995.

Soldados del Regimiento Guardia Presidencial reciben instrucción en el patio del cuartel, Asunción 1990.

Soldados de la Armada Nacional en su dormitorio, Asunción 1990.

Soldados de la custodia de la Fábrica de Balas realizan ejercicios de orden cerrado en Piribebuy, 1990.

Artilleros trasladan balas de cañón de 105mm bajo la lluvia en Paraguarí, 1990.

Jinete del III Cuerpo de Ejército (Caballería) realiza maniobras en un tanque Sherman de la II Guerra Mundial, Asunción 1990.

Almuerzo en el RI Nº 14 de Tacumbú, Asunción 1990.

Conscriptos rezando en la escuela del Regimiento Guardia Presidencial, Asunción 1990.

Soldados de Aeronáutica se preparan para el almuerzo, Base Aérea de Luque 1990.

Los años 90 fueron en Paraguay el inicio de la época dorada de la Albirroja y la pulseada por la retirada militar del espacio político. Hugo Valiente, abogado autor de varias investigaciones sobre derechos humanos, lo recuerda como un tiempo donde podías salir de tu casa a jugar un partido de fútbol y terminar en un cuartel por no tener la baja. Los militares todavía salían a las calles a pedir ese papel que registraba que habías terminado el SMO.

Organizaciones de estudiantes secundarios y universitarios discutían, como treinta años después lo vuelven a hacer nuevas generaciones de jóvenes, la necesidad de eliminar el servicio militar obligatorio. Junto a otras organizaciones, formaron uno de los primeros movimientos sociales más importantes de la transición: El Movimiento por la Objeción de Conciencia o MOC. La idea original era buscar que el servicio militar fuera optativo, pero los militares todavía tenían demasiado poder. La alternativa real fue impulsar la objeción de conciencia, que tuvo apoyo hasta del ala más joven del Partido Colorado. Hugo Valiente, fue de los primeros 15 objetores de conciencia en Paraguay, dice que el apoyo se debía a «la necesidad de los políticos de mandar a los militares a su casa. Estaban cansados del tutelaje militar. Además, en especial los diputados que tenían representación regional, llegaban y escuchaban cómo sus bases ya no querían saber nada de ir al cuartel».

Con ese mismo espíritu fueron cientos de jóvenes a formar filas y soportar el calor de diciembre para declararse objetores de conciencia cuando el Defensor del Pueblo y el ministro de Defensa Bernardino Soto Estigarribia revivieron el tema a finales del 2018, pidiendo multas a quienes no hayan hecho el SMO. Solo en un departamento, Caaguazú, fueron 3.700 los que presentaron su objeción. El gobierno de Abdo tuvo que ceder. Treinta años después, miles de jóvenes saben que están carentes de muchas cosas. El servicio militar no es una de ellas.

El movimiento de objeción de conciencia se convirtió mientras duró, según Valiente, en «lo que desafiaba a todo lo que representaba Lino Oviedo». Lino Oviedo, uno de los generales que tumbó a Stroessner, sería la larga sombra del militarismo sobre los noventas, con su intento de golpe en 1996 y su caída en desgracia en el marzo paraguayo de 1999. Según Sáenz, también fue Lino Oviedo el que le dio la idea a Aldo Zuccolillo, director de ABC y su aliado político en ese momento, de hacer ese primer reportaje sobre los cuarteles a principios de los noventa. «Lino Oviedo, y todos los militares, estaban orgullosos de los niños soldados, donde estaban haciéndose hombres», dice. Tiene sentido en un país que festeja el Día del Niño en el aniversario de la batalla de Acosta Ñu, donde miles de infantes murieron frente a tropas aliadas en la Guerra de la Triple Alianza 1869.

Guardia en la Ayudantía del despacho del Ministro de Defensa, Asunción 1994.

Infantes de Marina limpiando el patio de la Armada Nacional, Asunción 1990.

Jinetes realizan trabajos de jardinería en los patios del Hospital San Jorge del 1er. Cuerpo de Ejército, Asunción 1990.

Conscripto trabajando en una olería privada, Tobatí 1991.

Conscripto de la Policía Nacional en desalojo de familias sin techo, Mariano Roque Alonso 1992.

Soldado de la Policía Nacional custodiando el portón de la Penitenciaría Nacional de Tacumbú, Asunción 1991.

Soldado trabajando en la demolición del antiguo Hospital Militar, Asunción 1992.

El Serpaj vio en las primeras fotos de Jorge Sáenz otra cosa. Lo necesitaban en las comunidades del interior donde las palabras en español no bastaban para explicar la necesidad de la objeción de conciencia. El resultado fue un documento incontestable sobre los niños soldados, los trabajos forzados, explotación, los abusos y los muertos en los cuarteles de Paraguay: Rompan Filas.

El Estado paraguayo, que ha ignorado condenas internacionales por derechos humanos, no pudo desentenderse de los niños soldados. De los siete casos y siete condenas en su contra en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Paraguay cumplió, al menos en alguna medida, con dos: una de ellas es por el asesinato de Gerardo Vargas Areco.

El soldado Víctor Hugo Maciel murió el 2 de octubre de 1995 a la edad de 16 años, como consecuencia del «descuereo» en la primera División de Caballería en Asunción. En la foto el padre, la madre y los hermanos de Víctor Hugo Maciel en el momento del entierro, en Edelira 21 (Itapúa).

El soldado Freddy Ricardo Avalos, de 15 años, de Yaguarón, presumiblemente sufrió una meningitis química a consecuencia de una anestesia raquídea. Presentaba serios problemas de comunicación, no pudiendo articular palabras. Sanidad Militar, diciembre de 1995.

Nelson Ibarra, soldado del RC 3 de 16 años, fue remitido del Hospital San Jorge al Neuropsiquiátrico con alucinaciones persecutorias. En una de esas crisis fue atacado a balazos, por una persona sin identificar, a la salida del cuartel. Presentaba un orificio de bala reglamentaria calibre 9mm a la altura del riñón derecho. Cuando su padre y sus hermanos fueron a visitarlo, acusaba un serio grado de desnutrición.

El conscripto Lucio Giménez de 16 años se realizó un análisis de sangre en el Hospital de Clínicas el 10 de octubre de 1995. Presentaba desnutrición y problemas psíquicos. Sus familiares radicaron una denuncia por malos tratos en la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados. Lucio Giménez fue internado posteriormente en el Hospital Neuro-siquiátrico de Asunción.

«Descuereo», ejercicios de castigo en la Dirección de Reclutamiento, Asunción 1990.

Florencio Méndez, de 16 años, jinete de la III División de Caballería de Curuguaty, fue trasladado en el mes de diciembre de 1995 del Hospital San Jorge al Hospital Neuropsiquiátrico por síntomas de alucinaciones auditivas y visuales configurando un cuadro de psicosis aguda. Según el médico de la sala, las presiones sufridas dentro del servicio militar generan estrés en personas con debilidades mentales congénitas.

Dos compañeros conversan en el velorio de Vicente Ariel Noguera, de 17 años, muerto en el CIMEFOR el 10 de enero de 1996 en el III Cuerpo de Ejército de Mariscal Estigarribia, Chaco.

La pierna izquierda de Dario Vera Portillo debió ser amputada como consecuencia de un castigo sufrido por parte de un oficial de apellido López en el RI Nº 14 de Tacumbú. Posteriormente su estado se complicó con un tumor y murió el 15 de abril de 1994 en el hospital del Cáncer y del Quemado.

María Ramona Noguera, madre del cimeforista Vicente Ariel Noguera, acompaña la entrada del ataúd con los restos de su hijo en el Cementerio del Este en Asunción el 12 de enero de 1996.

Paraguay tuvo que pedir públicamente perdón a las víctimas. Retiró la objeción que había puesto al Protocolo Facultativo de la Convención de los Derechos del Niño, aprobando que ningún menor de 18 años pueda enrolarse en el ejército. Aprobó la Ley que prohibía que menores de 18 años hicieran el SMO en 2007. Aprobó la Ley que prohibía que menores de 18 años hicieran el Cimefor en el 2008. Aprobó una Ley que prohibía entregar o facilitar armas a menores de 18 años en el 2010.

Aprobó todo lo que Mario Abdo violó a finales del 2018 cuando puso a su hijo de 17 años en el Servicio Militar Obligatorio. La propia ministra de la Niñez de Abdo, Teresa Martínez, tuvo que admitir la ilegalidad, pero una jueza de la niñez decidió no aplicar la ley para el hijo del presidente (que días después se reportó que se lesionó cumpliendo el servicio militar) ni los otros 141 menores de 18 años que están en el SMO y Cimefor. En 2019, Rompan Filas sigue interpelando que estemos discutiendo, 30 años después de la caída de la dictadura, si está bien enseñarles a niños y adolescentes a hacer la guerra.