Eudelia Franco terminó el colegio el mismo año en que Paraguay envió vacas por avión a Ecuador. En 2015, fue la primera mujer en graduarse de la secundaria en la comunidad urbana indígena Cayin ô Clim –«Picaflor Blanco» en nivaclé– en el Chaco paraguayo. Pero no sabe si terminará la universidad. Depende de lo que decidan en su comunidad, donde deberán discutir si venden o no las vacas que pertenecen a todos para ayudarla.
Eudelia vuelve a Cayin ô Clim una madrugada fría de julio luego de cuatro meses de estudiar Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Asunción, una de las 54 universidades privadas que existen en el país. La comunidad fue fundada en la periferia de la ciudad menonita de Neuland por una misión religiosa en 1954.
Pero Neuland fue fundada en tierras donde los nivaclé vivieron siempre. El gobierno las cedió a un grupo de refugiados alemanes para poblar el Chaco paraguayo. Los alemanes se dedicaron a criar vacas y a industrializar la leche. Ellos también conformaron una cooperativa, que es la principal proveedora de carnes vacunas y productos lácteos industrializados de Paraguay.
Después de siete horas de viaje desde la capital, Eudelia es recibida en Neuland por Juan Franco, su papá. Desde las tres de la madrugada prepara la masa en la panadería alemana donde trabaja. Su salario es de dos millones de guaraníes (unos 360 dólares al mes) un poco más del mínimo legal pero que igual no alcanza para los gastos de su hija en Asunción.
Eudelia Franco vuelve a Cayin ô Clim porque necesita ayuda para continuar sus estudios universitarios en la capital.
Eudelia vive en un departamento pequeño donde sus muebles son un colchón y dos sillas que el locatario le presta. De su casa trajo una olla, una cuchara y una cocina eléctrica que le prestó una tía. Desde febrero de 2016 aprendió muchas cosas viviendo en la capital: andar en colectivo, armar frases enteras en español, nombres de calles y pasar días enteros sin comer.
Va a clases de lunes a jueves de 8:00 a 10:50 hs. Cursa la universidad por las mañanas, porque las cuota mensual de 578 mil guaraníes sube a 778 mil guaraníes en el turno nocturno (de 100 a 140 dólares).
Los jueves, Eudelia sabe que tiene algún bocado asegurado. Noelia, una compañera que cursa con ella una materia ese día le suele invitar a comer en el receso. Otros días, su compañero Diego le da algo de comida. A veces, en semanas enteras, solo come lo que sus compañeros le ofrecen.
Cuando terminó el colegio, mucha gente de la comunidad la celebró, la saludó, la felicitó. Ella recuerda que en la radio de la comunidad le dedicaron músicas y grabaron saludos especiales. En el día de la colación hubo fiesta, bailes y comida. Fueron doce egresados, una única indígena: Eudelia Franco.
Eudelia aprendió muchas cosas viviendo en la capital: andar en colectivo, armar frases enteras en español, nombres de calles y pasar días enteros sin comer.
Arnoldo Ens, asesor de la comunidad menonita y encargado de las relaciones entre los nivaclé de Cayin ô Clim y las autoridades de la cooperativa de la colonia, se acercó esa noche a Eudelia y le dijo: «Cualquier cosa, me avisás». Para ella, esas palabras fueron muy importantes.
En Asunción, repite la frase del asesor y ensaya cómo explicar que no ha logrado completar la cuota del alquiler del mes. En los primeros meses fue constante la amenaza de desalojo del cuarto alquilado a nombre del líder de la comunidad, el cacique Cesario Benítez.
Siempre que puede, Eudelia Franco le pasa dinero al dueño del departamento, aunque no complete el monto estipulado. Pero su situación se ha vuelto insostenible. Necesita encontrar una solución.
Juan Franco, padre de Eudelia, gana poco más del salario mínimo legal, pero no le alcanza para pagar los estudios de su hija.
El retorno a la comunidad
Amanece en Cayin ô Clim cuando Eudelia llega a su casa, donde el fuego ya está hecho. El humo impregna de olor las ropas y los cabellos. Su mamá, Nélida Sandoval, la espera desde que el padre despertó para ir a la panadería. Las paredes de la cocina están hechas del nylon que alguna vez fueron bolsas de harina, y el techo, que se extiende desde un árbol, es una carpa de las que se usan en los grandes camiones que llegan al Chaco llevando productos de cosecha.
La casa de los Franco es una de las casas más grandes de la comunidad. De ladrillos y techo de zinc, solo se usa para dormir. El resto del día se pasa alrededor del fuego en el patio y en la cocina de paredes de nylon.
«Cuando mi hija se fue, para mí fue como si se hubiera muerto. No podía con tanta tristeza», dice la madre mientras calienta la mano en el fuego. A Eudelia se le caen las lágrimas mientras corta unas tortillas que trajo su abuela para desayunar.
Eudelia Franco se reencontró con familiares y amigos de Cayin ô Clim luego de cuatro meses de estudiar en Asunción.
Nélida Sandoval recuerda a su hija cuando niña, gordita y sonriente, yendo a la escuela en bicicleta con su hermana. Para que tuviera tiempo de estudiar y hacer sus tareas, no dejaba que hiciera los trabajos de la casa, como ir horas a los montes a buscar leña. «Estudios sí, libros sí, no hay sexo. Así hablé con mi hija», dice Nélida Sandoval. Ese es uno de los pocos condicionamientos que hay a la hora de estudiar, pero es un condicionamiento solo para las mujeres, explica. «Yo no tuve esa oportunidad. Mi papá no trabajaba como sí lo hace el papá de Eudelia», dice en un español pausado que usa solo para hablar con personas que no son de su comunidad.
«¡Cómo extrañaba la torta a la parrilla!», dice Eudelia. Es una mezcla de harina, agua y sal, cocinada a las brasas. Le cuenta a su madre que le alegra haber perdido peso durante este tiempo en Asunción. Luego del desayuno, camina hacia el centro de la comunidad con la cabeza erguida, como casi nunca se la ve en Asunción.
Pasa por el puesto de salud, la cancha, la escuela, la radio. Debe aprovechar que estará solo tres días en su pueblo. En el camino, saluda a su amiga Sunny Lady, quien casi llora al verla. Se pasan las manos. Las nivachei, mujeres de la comunidad nivaclé en su idioma, no acostumbran a abrazar mucho. Eudelia y Sunny Lady se saludan: «¡Lhom!». «¡Hola!».
Sunny Lady López tiene 21 años. Demuestra cariño por su amiga, pero cada vez que puede le dice que es una privilegiada porque su padre es panadero y porque es callada. Sunny López es la hija de un comunicador que acostumbra defender los derechos de los pueblos indígenas sin pelos en la lengua. Ella también soñaba con ir a la universidad.
A inicios de 2015, Sunny López publicó en Facebook que los profesores del colegio discriminaban a los alumnos indígenas. Según ella, para usar alguna cosa de la biblioteca o las computadoras debían hacer reservas, mientras que esas exigencias no regían para los demás alumnos. Esta denuncia casi le costó la expulsión del colegio. Una ONG intercedió en su caso y logró que la volvieran a aceptar en el colegio, pero ya nada fue lo mismo.
«Nunca más me dejaron hablar», recuerda Sunny López. En las olimpiadas del colegio le dijeron que era mejor que se quedara callada. Le preguntaban en forma de burla si era la secretaria de todos los indígenas. Meses después, por falta de dinero, no pudo terminar la secundaria.
«El caso de Eudelia es diferente, su papá es un panadero, tiene un empleo seguro», dice.
Eudelia Franco es la primera mujer en terminar la secundaria en Cayin ô Clim. Por ir a la universidad, los líderes la consideran representante de la comunidad.
Una universitaria indígena de vuelta al colegio
Los nivaclé nunca se presentan como paraguayos, pese a que en sus documentos el Estado los reconoce así. En Cayin ô Clim hay tres identidades: menonitas, los colonos o hijos de colonos alemanes; latinos o paraguayos, ni indígenas ni alemanes. Luego están los indígenas.
El colegio Nuevo Amanecer, pese a estar en la comunidad indígena, tuvo una única egresada nivaclé en 2015, Eudelia Franco. Los otros once compañeros que terminaron la secundaria eran latinos.
Ningún menonita va al colegio Nuevo Amanecer, y los hijos de los latinos no van a los colegios de los menonitas por el alto costo y las exigencias. Jorgelina, por ejemplo, mejor amiga de colegio de Eudelia, es paraguaya, hija de latinos que se mudaron de Asunción a Neuland. En su curso había varios indígenas a principio de año, pero todos abandonaron antes de que se acabe porque tenían que trabajar o porque era caro, o porque las chicas se embarazaron.
Eudelia cuenta a los niños de la escuela Nuevo Amanecer que debe estudiar mucho en Asunción.
En su primer día en Cayin ô Clim, Eudelia Franco vuelve al colegio. «Aquí aprendí las primeras letras y los números», dice mientras señala una vieja construcción con arquitectura alemana con techo de dos aguas, ventanas y balcones de madera. A unos 300 metros está la nueva escuela donde dan clases los alumnos de primer, segundo y tercer grado. Se escucha el bullicio de los niños, que estudian en su lengua materna: el nivaclé.
En la escuela, los maestros son todos hombres. Su tío Leonardo Franco es el profesor del primer grado y la invita a la sala de clase. Los niños le preguntan por qué no vuelve de Asunción, que hace mucho que no la ven. Hablan unos encima de otros. Eudelia Franco intenta contestar a la pregunta, pero de pronto se pone a llorar.
«Tengo muchas tareas en la facultad y tengo que estudiar mucho para poder pasar», les responde en nivaclé. Las preguntas de los niños la emocionaron porque le recordaron a ella de pequeña, bulliciosa y ruidosa. Ahora es tímida y callada
Nicolás López es el padre de su amiga Sunny López, está de reemplazante en el segundo grado y también invita a Eudelia a que pase al aula.
—¿La conocen a ella? —pregunta el maestro. —Síii. Es Baia —responden los niños. Eudelia se emociona de nuevo porque los niños la llaman por su apodo de niña.
Aprender en nivaclé, un derecho de corto plazo
Según la Ley de Educación Escolar Indígena debe impartirse la enseñanza en lengua materna hasta el tercer grado. En Cayin ô Clim, hasta el tercer grado los niños y las niñas llenan las salas de clase. A partir del cuarto grado se ausentan con más frecuencia. Arnoldo Ens fue director de la escuela y fundador del colegio Nuevo Amanecer. Para él, la dificultad más grande en la educación indígena es cultural. «Los padres nivaclé no corrigen a sus hijos. Cuando llamamos a los padres y le preguntamos por qué no viene su hijo, responden que es porque no quieren. En nuestra cultura occidental, eso se corrige y los hijos deben obedecer a los padres. «En la cultura nivaclé esto no es así», explica. Para él, esto viene de la cultura de cazadores y pescadores de los nivaclé: «Los hijos debían aprender a cazar y a obtener sus alimentos por su cuenta, pero eso en un contexto de vida en el monte. Ahora, hay un nuevo contexto».
Los datos que se tienen sobre años de estudio de pueblos indígenas muestran que en la población de 15 años y más, el promedio es de poco más de tres años. La población indígena urbana tiene un promedio de cinco años de estudio respecto a tres que se tiene en la zona rural. Los varones llevan más años en el sistema escolar que las mujeres.
La Ley de Educación Escolar Indígena obliga a que se enseñe en lengua materna hasta el tercer grado.
¿Pero cuántos llegan a la universidad? Si el promedio de años de estudio llega a quinto grado, los que llegan a la universidad son casos excepcionales. Por eso, a Eudelia Franco los líderes le llaman «representante de la comunidad».
En Cayin ô Clim hay indígenas profesionales, pero terminaron su secundaria fuera de la comunidad. Antonia Vargas, Zulema López, Hilario Carlitos estudiaron Formación Docente. Orlando Vázquez está elaborando su tesis de Enfermería y también tiene apoyo de la comunidad. Faustino Díaz realizó cursos técnicos de informática y ha tenido trabajos en la cooperativa. ¿Por qué Eudelia Franco eligió la carrera de Administración? Ella responde que ninguno de los indígenas maneja las planillas, los cheques, los sistemas para pagos y cobros que hay que manejar para administrar la estancia de la comunidad.
Las tierras de los nivaclé de Cayin ô Clim
Las 28 hectáreas donde se asentó Cayin ô Clim al principio resultaron pocas para los hijos y nietos de los primeros pobladores. Entonces, los colonos menonitas ayudaron a fundar otras comunidades un poco más alejadas de la ciudad, como Campo Alegre, Nicha Toyish y Paraíso.
Casi todos los pobladores de Cayin ô Clim trabajaban como empleados o jornaleros en las empresas menonitas pero cuando ya no se pudo sostener económicamente a las nuevas comunidades, el Estado se comprometió a adquirir nuevas tierras donde puedan criar vacas para remediar la situación. En esas tierras construyeron la estancia.
Las primeras vacas fueron donadas por la cooperativa menonita. Hoy tienen 386 cabezas de ganado, que permiten criar y vender desmamantes –terneros listos para el proceso de engorde– que ayudan a pagar la cuota de la camioneta de la comunidad y solventar urgencias. Cada desmamante se vende en un promedio de 1.400.000 y 1.800.000 guaraníes (250 y 330 dólares). En la estancia también hay 145 cabras, gallinas y otros animales domésticos.
La comunidad corre el riesgo de perder las tierras donde crían vacas.
La comunidad está en riesgo de perder la estancia. Este año, el Gobierno entregó los títulos de las tierras adquiridas en 1997 por el Instituto Paraguayo del Indígena (INDI). En aquel entonces, el Estado pagó casi tres mil millones de guaraníes (540.000 dólares) por 19 mil hectáreas al terrateniente Gregorio Presentado Benegas. Pero aparecieron un ex militar (Humberto Peralta) y un ganadero (Ramón Esteche) diciendo que poseen títulos de las mismas tierras.
Un perito de la Corte Suprema de Justicia debe evaluar la validez de los documentos y quién «innovó en el inmueble». Por eso los indígenas se vieron obligados a hacer un préstamo para pagar un desmonte y plantar pastos. Así quizá la justicia, en su lógica, no tenga dudas de que es de la comunidad, ya que han invertido en la propiedad.
Un pedido en la radio
Luego de la visita al colegio, a Eudelia la invitan a hablar en la radio Voces Nativas. «Estoy aquí para pedir ayuda a la comunidad. No me alcanza el dinero para el alquiler y la universidad. Solicitamos ayuda al INDI, pero dan un subsidio de 350 mil guaraníes y el alquiler es 900 mil y la universidad es 570 mil. Necesito que la comunidad me ayude para poder hacer esta carrera», dice en su idioma.
El teléfono de la radio empieza a sonar. Piden que explique su situación también en español, ya que la escuchan más allá de la comunidad. Los latinos y menonitas también quieren saber más de ella. Al salir de la radio, Eudelia Franco se da cuenta de que toda la comunidad la había escuchado. Su celular no para de recibir llamadas.
Darío Ignacio, de la comunidad indígena Campo Alegre, le escribe un mensaje de texto para preguntar si es cierto que es la única que estudia en la universidad. Barcelicia le escribe «Muchas felicidades, prima» y María Ortiz «muchas felicidades, estamos orgullosos de vos». Sus parientes, Fiorella Carpeggiani, Fidencia Sandoval y Celestina Sandoval, la llaman para decirle que la escucharon en la radio y que pasarían a visitarla.
En la radio Voces Nativas, Eudelia pide ayuda a la comunidad para continuar estudiando.
Cae la tarde y Eudelia Franco disfruta la ensalada del monte, una planta picante de flores amarillas que solo se encuentra en los montes del Chaco. El cacique Cesario Benítez se encuentra con ella y le confirma que al día siguiente el Consejo Comunitario se reunirá para escuchar su caso.
Un consejo de hombres decide el futuro de Eudelia Franco
En el segundo día en Cayin ô Clim, Eudelia Franco se prepara para el encuentro con el Consejo Comunitario. Sus integrantes, el líder Cesario Benítez y ocho hombres de la comunidad, la reciben en la oficina. Además de los miembros del Consejo, está el asesor menonita Arnoldo Ens quien también ayuda con la planificación de proyectos y aporta ideas para resolver algunos problemas comunitarios.
Ens cree que Eudelia no podrá aplicar sus conocimientos de administración en la comunidad porque ya no quedan pequeños almacenes. Quizá pueda trabajar en una empresa en la colonia, dice. Pero para Cesario Benítez es justo lo que los indígenas necesitan. «Creemos que ella va a ayudarnos, ella eligió una carrera que no se ha elegido nunca y va a ser muy útil para la comunidad», asegura.
Dice que falta una persona que entienda de administración. «Nosotros no manejamos los fondos. Hasta el momento no supimos manejar nuestro dinero y siempre dependemos de personas externas para llevar los fondos», argumentan.
En la reunión del Consejo Comunitario, el menonita Arnoldo Ens argumentó que Eudelia no podrá aplicar sus conocimientos de administración en la comunidad.
Para Ens, es un orgullo que una ex alumna llegue a la universidad. Ser mujer, ser indígena y ser universitaria en Paraguay es una rareza. Hasta el año 2015, el número de egresados universitarios indígenas que conocía el INDI era de 50 personas; ese año el instituto registró unos 113 universitarios que solicitaban subsidio estudiantil. El número de beneficiarios ascendió a 326 en el año 2016. Además, existen instituciones que tienen políticas de becas para indígenas, como la hidroeléctrica binacional Itaipú que podrían ampliar esos números.
Cada vez que un indígena egresa de la universidad es noticia en los medios de comunicación: «Gerónimo, el primer arquitecto nativo», «El primer médico maká», «De Yrybycuá a Cuba para ayudar a los avá guaraní», «Indígena muestra su cultura a través de fotos» son algunos de los títulos que anuncian historias de vida de éxito de jóvenes indígenas.
Mientras, una sola mujer indígena universitaria aparece en la prensa: «Emiliana, 28 vacas y una carrera imposible», una historia sobre una joven del pueblo Enlhet Norte, que no logra egresar pese a que sus padres vendieron todas sus vacas para tratar de sostenerla en la capital del país.
En la reunión, Ens explica que no es momento de vender las vacas porque la comunidad debe resolver otros saldos negativos. Le aconseja a Eudelia Franco que no abandone Asunción, aunque sea difícil. Se compromete a buscar otra salida antes de vender las vacas: hablará con el jefe de recursos humanos de la Cooperativa Neuland y pedirá la incorporación de la estudiante a medio tiempo en la oficina de Asunción o una beca que ella devuelva posteriormente a la cooperativa.
«Trabajar te va a hacer bien —le dice a Eudelia Franco—; porque además no vas a tener mucho tiempo para aburrirte».
Las vacas que cuesta una carrera
Suponiendo que los desmamantes se vendan a su mejor precio y que no suban las cuotas —como suelen hacer las universidades privadas— ni los costos de alquiler, Eudelia Franco necesitaría cincuenta y ocho vacas para terminar la carrera de Administración en cuatro años. Suponiendo que le va a ir bien en Comunicación Oral y Escrita, la materia que más le cuesta hasta ahora.
Vuelve a Asunción con muchas promesas pero nada concreto. La venta de las vacas de su comunidad podría ser la solución, pero en una última instancia. Toda la ayuda que el Estado podía brindarle hasta ahora da números rojos. El INDI requiere la presencia en Asunción del líder de la comunidad que corrobore que ella es indígena de esa comunidad. Los pasajes costaron más que un mes de subsidio: 350 mil guaraníes.
Eudelia Franco se pone a buscar trabajo de limpiadora.