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Machismo y confusión en la dirigencia de izquierda

Esperanza Martínez y Johanna Ortega entendieron que existen otras formas de hacer política, alejadas de los liderazgos personalistas y de la competencia por ser el más tendota.

Juliana Quintana

Con las calles aún reverberando los ecos de las elecciones generales, los reclamos legítimos de la gente que se oyen más allá de las acusaciones de un supuesto fraude electoral, las manifestaciones que no paran y los líderes de los partidos tradicionales que no escuchan, la función de la izquierda debería estar más clara que nunca. Pero estamos ante una dirigencia progresista incapaz de reconocer nuevas formas de hacer política y que envejeció junto con su paradigma misógino, muy similar al de las derechas.

Parte de esta oposición asegura, en sintonía con lo que repiten medios y analistas, que la izquierda desaparece, desconociendo que tenemos a una senadora y una diputada progresistas. Porque cuando de mujeres se trata, la representación no existe.

Esto lo dejaron en claro algunos compañeros de la coalición Frente Guasu de Esperanza Martínez cuando expresaron que “no les entra en la cabeza” que la senadora electa haya acumulado más votos que el expresidente Fernando Lugo, que hoy desafortunadamente vive con afasia, producto del ACV que hizo el 10 de agosto del año pasado. Una crítica que, además, viene del sector que alcanzó un vergonzoso 1% de los votos en las elecciones generales para la dupla presidencial que conformaron con Euclides Acevedo, exministro de un gobierno colorado que nunca mostró signos de ubicarse en el sector progresista.

La profesora de Antropología  de la Universidad de Sorbona, Capucine Boidin, define tendota como «jefe», «guía», «presidente», pero también «jabalí dominante». Los movimientos de oposición lo traducen directamente como “dictador”. En su publicación “Del Gran Líder Stroessner (1954-1989) al Karai Tendota Nicanor Duarte (2003-2006)” en la revista Mots. Les langages du politique plantea y analiza algunas palabras vinculadas al poder, su sistema simbólico, su uso en las relaciones mediatizadas y en las relaciones interpersonales a nivel nacional. 

El tendota es el que gobierna, es la ley y la justicia. No rinde cuentas a nadie, no admite consejos ni desacuerdos. Los partidos tradicionales, especialmente el Partido Colorado, han sido una fábrica de tendota. Pero esta dinámica también se ha visto en la izquierda. 

En ese sentido, vale la pena marcar una distinción entre la dirigencia y las bases. Las dirigencias de izquierda, por su propio peso histórico, han impuesto una dinámica patriarcal que responde al “más tendota”. Las bases, por su parte, no son homogéneas. Hay sectores que se cuestionan más a la interna y, en muchos casos, ayudados por personas que buscan incorporar la perspectiva feminista en el partido, hoy exigen una renovación. Si bien Martínez forma parte de la generación de esos liderazgos que llegaron al poder, tuvo un influjo del movimiento feminista que le permitió construir su liderazgo desde el diálogo y la no confrontación.

La división en el Frente Guasu se consolida cuando Martínez decide bajar su candidatura a la presidencia y quedarse en la Concertación Nacional, que anunció su chapa con las candidaturas de Efraín Alegre para la presidencia y Soledad Nuñez a la vicepresidencia. Aunque fue sujeta de muchas críticas, Martínez, a través de un discurso conciliador y abierto, demostró que existen otras formas de hacer política, alejadas de los personalismos y de la competencia por ser el más tendota. Hoy es la única senadora electa por el Frente Guasu y la única representante de la izquierda que permanece en el Senado.

De la misma manera, Johanna Ortega, diputada electa de Alianza por Asunción, salvó la reputación de la izquierda en la cámara baja. Ortega sostiene que donde hubo procesos de renovación política, con figuras solventes y abiertas a un proceso de construcción horizontal y democrático, hubo pequeñas victorias. Tanto Martínez como Ortega se dedicaron a reducir su discurso confrontacional y postergar conversaciones urgentes en pos de habilitar una línea más amplia. 

Fueron ellas, con un discurso más conciliador hacia la sociedad, quienes llegaron a sectores que no se identifican como “de izquierda”, como Patria Querida y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), sin necesidad de apelar a valores masculinos heteropatriarcales y sin descalificar a sus oponentes políticos (ventaja con la que ellas no contaron). 

En todo el ciclo electoral, los discursos de odio dirigidos a las candidatas vinieron por la derecha y por la izquierda. Las redes sociales se inundaron de comentarios de sectores de las bases y las dirigencias progresistas que, desde su comodidad de mayorías simbólicas, decían que “el hecho de que haya más mujeres en la política no va a mejorar la situación de las mujeres trabajadoras”, que “el feminismo carece de perspectiva de clase” o que “metemos al feminismo en cualquier análisis”.

Mientras tanto, las mujeres hicieron lo que históricamente les tocó hacer: trabajar. Incluso Lizarella Valiente, senadora electa por el Partido Colorado y militante antiderechos, se unió al pedido de Esperanza cuatro días después de las elecciones para evitar que jure como senador Rafael Esquivel, alias Mbururú, imputado por abuso sexual a una adolescente. Sabemos muy bien que no todas las mujeres necesariamente tienen perspectiva de género. Habría que ver si estos consensos también se logran para discutir temas como la cuota legislativa con una Ley de Paridad o la sanción de la Ley que crea el Sistema Nacional de Cuidados (SINACUP).

La participación política de las mujeres parece no molestar cuando tienen que militar, construir desde las bases, cuidar los votos, ocuparse de las tareas logísticas y operativas en los encuentros partidarios o resolver conflictos interpersonales o de violencia machista, pero molesta cuando les toca a ellas ocupar y ejercer roles protagónicos, candidatarse o ganar elecciones, dejando expuesta la falta de acompañamiento y un profundo desprecio de sus compañeros a la capacidad de las mujeres para ejercer un cargo político.

Desde luego, el Congreso representa un desafío para defender luchas contra la desigualdad, la pobreza, la concentración de la riqueza y la corrupción, causas que siempre acompañó la izquierda. Pero en un país donde casi dos niñas de 10 a 14 años dan a luz por día; donde el 80% de los casos de abuso sexual infantil ocurren en el entorno familiar; donde las mujeres paren en los pasillos de los hospitales; donde se registra, en promedio, una víctima de abuso sexual menor de 17 años cada dos horas, no hay tiempo que perder. 

La esperanza también está puesta en los nuevos liderazgos. Si bien hay una fuerte misoginia instalada en las prácticas tradicionales de la izquierda, hay generaciones de dirigentes jóvenes que están recibiendo el mensaje y volviéndose a plantear varias de estas prácticas. Falta un montón, pero todavía es posible dar un paso al frente.

Este es un artículo de opinión de Juliana Quintana, periodista especializada en cobertura de género. 

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