En guaraní decimos “haku la yvy” cuando una situación está caldeada. Significa, literalmente, arde la tierra. Ambos conceptos describen a la perfección la dificultad que presidirá Santiago Peña, que asumirá un país que acaba de pasar por una recesión debido a la peor sequía en 80 años, donde las olas de calor se triplicaron en los últimos 40 años y donde el Río Paraguay – la principal vena de transporte para todo lo que compramos y todo lo que vendemos – rompió su mínimo histórico dos años seguidos.
El adagio también describe la contradicción del nuevo gobierno. Porque Paraguay necesita 16 mil millones de dólares hasta 2030 para mitigar la crisis climática. Una mitad de ese dinero debe venir de los mayores contaminantes, como EE.UU. que sancionó a Cartes o la UE, demonizada con fines electorales. Y la otra mitad debe venir de un Estado que bicicletea deuda y un sector privado alérgico a asumir cualquier responsabilidad aún a costa de perder mercados.
La propuesta del presidente electo a un país que sufre cada vez más los efectos de la crisis climática en la economía sin embargo adolece de una risible literalidad conservadora hasta en el nombre: se llama Paraguay Conserva.
Es una mezcla de políticas que ya existen, como cuidar cauces hídricos para evitar que las barcazas queden trancadas y las hidroeléctricas sin propulsión. O de compromisos ya asumidos, como un sistema de alerta temprana ante incendios forestales. Propone sin imaginación que sigamos siendo solo el Mare Nostrum de los viejos agronegocios, como la ganadería y la soja, y de los nuevos, como los eucaliptos.
Y detrás de esa carencia de imaginación está una inercia. Peña apuesta a la inercia de lo que Paraguay ya lleva haciendo desde hace una década. Es una inercia pensar que las soluciones vendrán de la mano del mercado. Es tentadora la idea de pensar que con los mercados de carbono lloverán millones de dólares sobre los bosques que quedan en el país.
Pero incluso si esto convence a los deforestadores en apagar por un rato las motosierras en el Chaco a cambio del dinero de los mercados de carbono, eso no solucionará, por ejemplo, la deforestación en las áreas protegidas de la Región Oriental, que persistirá mientras la marihuana sea ilegal en Paraguay y en Brasil. Lo que queda del Bosque Atlántico hoy está siendo usado para proteger plantaciones que bien podrían ser un buen cultivo de renta en tierras campesinas si la plantación de cannabis estuviera permitida. Esa inercia también explica cómo, al final, los programas de conservación son utilizados por invasores VIP como excusa para legalizar tierras malhabidas, como sucedió con Marina Kue.
Por supuesto que la miopía de Santiago Peña es estratégica, porque le permite no ver y por lo tanto no nombrar el conflicto de intereses que significa tener a Cartes detrás. Cartes es un hombre que como presidente habilitó deforestar reservas. Como empresario puso en peligro el agua de 3 millones de personas para llenar el país con sus estaciones de combustible. Y como líder político tiene bajo su ala a congresistas que buscan cercenar un parque nacional en favor de empresas de hidrocarburos.
Es además una conocida tendencia cartista corromper toda política de Estado para sus propios intereses. Y de eso no se salvaron ni las políticas climáticas: Cartes compensó con bosques de Tabesa el daño que produce Cecon. Los principales accionistas de la empresa que recibió electricidad barata y agua gratis para producir hidrógeno “verde” como combustible son ex funcionarios o empresarios de su cónclave cercano.
Aparte del conflicto de intereses, Santiago Peña tiene un problema más complejo con el sector de militantes autodenominados provida. Por años, el cartismo habilitó a su fuerza de choque a polarizar políticas climáticas usando elementos de la misma batalla cultural sobre género. Así se rechazó Escazú, un acuerdo de transparencia ambiental, bajo la mentira de que legalizaría el aborto.
El monstruo identitario creado para defender negocios personales e internacionales en nombre de la soberanía y el antiglobalismo ya se ha mostrado irascible incluso para aplicar la receta de los mercados, a la que adhiere Peña, ante la crisis climática.
El presidente electo está en medio de la puja entre el agro que lo apoyó y el sector financiero del cual proviene, porque bancos osan exigir respeto a ínfimas leyes ambientales para dar créditos. Ya lo sufrió el gobierno municipal de Asunción cuando debió defender el proyecto de bicisendas, financiado por la misma cooperación internacional que el cartismo demoniza pero de la cual depende para construir cualquier cosa (bien o mal) en este paraíso fiscal.
Ante esta puesta en escena es que se verá más nítido que nunca que la crisis climática no se trata solo de árboles. Es también el sudor del delivery sin un derecho laboral ni vaso de agua. Son niños de una escuela sin techo rodeada de agroquímicos. Es una trabajadora doméstica esperando en vano el bus de vuelta a casa. Bajo pies descalzos, la tierra que gobernará Santiago Peña arde hace rato.
Este es un artículo de opinión de Maximiliano Manzoni, periodista especializado en la cobertura de la crisis climática.