Un 20% de trabajadores del sector de restaurantes o comercios que tenían la suerte de ser formales recibieron suspensiones a sus contratos. Hubo empresas que obligaron a sus empleados a seguir trabajando mientras solo cobraban el subsidio de IPS. Al menos 100 mil personas se volcaron al empleo por cuenta propia en la pandemia, que en promedio significa ganar menos y trabajar más. La consigna #QuedateEnCasa no tardó en convertirse en un signo de privilegio.
Trabajadores y trabajadoras se convirtieron en choferes y repartidoras de aplicaciones que distribuyen la comida que no vamos a buscar por miedo a contagiarnos. Hoy trabajan en una relación difusa donde son «colaboradores»; pero deben dar hasta la mitad de lo que ganan a empresas que los pueden sancionar y dejar sin empleo en cualquier momento. Y no se hacen cargo si se accidentan.
Junto a ubers que pelean contra patrones invisibles de una app y deliveries que luchan hace un año por protección contra accidentes, están intensivistas de primera línea que sufren por pedir a familiares que compren medicamentos y docentes que corrigen tareas de madrugada a través de WhatsApp.
Son los y las esenciales. Trabajadores que en la mayor crisis sanitaria del siglo no pueden parar.