Miles de personas afectadas. Gobiernos tomando decisiones drásticas para lidiar con sus consecuencias. Sistemas de salud rebasados. Impacto económico por décadas.
No hablamos de la covid, sino de la crisis climática.
Las dificultades que la actual pandemia nos ofrece bien nos puede servir de adelanto a lo que será el desafío de afrontar la crisis climática. Ver el espectáculo del apocalipsis en tiempo real en nuestros teléfonos, como lo hicimos también con los incendios del Amazonas y el Chaco, puede dejarnos inmóviles, cínicos o en depresión. También puede hacernos sentir que la culpa es de todos y que no podemos hacer algo para cambiarlo. Nada es menos cierto.
La crisis climática tiene responsables muy específicos y puede ser revertida. En Paraguay grupos de poder económico necesitan mucha tierra, poca gente y ningún árbol para aumentar sus riquezas. La explotación sin control de recursos naturales por parte del agronegocio es responsable del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero del país y junto a nuestra pobre infraestructura convirtieron a Paraguay en el país sudamericano más vulnerable a la crisis climática.
Con el covid, observamos el devastador efecto dominó de acorralar la vida silvestre. Ya hemos visto inundaciones con miles de personas refugiadas, y una superficie del tamaño de países enteros deforestada para plantar soja y criar vacas. Vacas que se exportan por avión mientras las escuelas se caen a pedazos. Y cuando jóvenes del campo se ven obligados a migrar porque el agronegocio avanza y los expulsa, los de la ciudad viven su propia crisis: quienes terminan el colegio –menos de la mitad de los que empiezan– estudian en universidades públicas desfinanciadas o en privadas, donde corren el riesgo de ser estafados. La generación del bono demográfico trabaja sin contratos ni vacaciones, batalla todos los días el tráfico en moto o en la estribera de un bus ante la falta de viviendas accesibles, energía eléctrica, agua potable y transporte público digno.
La crisis de los jóvenes y la crisis climática tienen más en común de lo que parece. La pobre calidad de infraestructura y transporte contribuyen a la crisis climática con contaminación, al mismo tiempo que alarga los tiempos de viaje entre ciudades mal planificadas y trabajos precarios que ponen en jaque nuestra salud mental. Ambas crisis, la climática y la de los jóvenes, tienen también en común a sus responsables: las élites que lucran a costa de futuros individuales y colectivos. De ellos no esperemos más soluciones de las que ya ofrecen: Linces para comunidades vulnerables y privilegios para quienes logren pagarlos.
Pero a la vez, tienen en común que son jóvenes quienes salen a manifestarse contra la contaminación de aguas o la deforestación. Son jóvenes quienes se organizan para exigir una educación universal basada en criterios científicos y los que protestan la injerencia de intereses empresariales en los organismos de producción científica. Desde sus diferentes realidades, sus cuerpos atraviesan las desigualdades e injusticias, mientras buscan el amor en apps, navegan el fascismo en redes sociales y googlean el futuro que les están robando. Porque como dijo Antoine de Saint-Exúpery, autor de El Principito, «no se trata sólo de prever el futuro, sino de hacerlo posible».
Por eso esta cobertura se llama así, Futuros. Porque hay un porvenir en disputa entre los culpables de que el país esté como esté y quienes se rebelan ante ello. Mostramos a deforestadores y contaminadores. Quienes nos roban el futuro. Y del otro lado, a quienes batallan por uno diferente. Acompañanos.